Café Cortázar

Tal como lo escribiera alguna vez Jorge Luis Borges en el Poema de los dones; “yo, que me figuraba el Paraíso / bajo la especie de una biblioteca”, los libros y el paraíso parecen entrelazados desde un tiempo previo a los tiempos.
Lo mismo sucede cuando recorro Buenos Aires. Desde San Telmo hasta Palermo, la infinidad de posibilidades abarca los pasajes y avenidas. La literatura y el arrabal arrasan por debajo de las ventanas y balcones, recorren las estaciones y las transversales de Retiro; completan los espacios del día con su magnífica capacidad para hacernos sentir menos solos.
“Algo de vos llega hasta mí“, dice una canción. Buenos Aires se abre como un libro. Yo escribo hacia dentro. Nacen pájaros y se escucha el otoño rebosante entre las multitudes. Es lunes y junio. La grisura del cielo parece una condena, al principio, pero luego se convierte en una virtud que hace que los colores emulsionen desde la altura de los árboles.

Hago una escala estratégica en Café Cortázar. Me acompañan el café con leche a un lado, y al otro La llegada a la escritura de Hélène Cixous. Me quedo prendida del mural de Julio que sostiene su mirada afable sobre nosotros, los escasos visitantes de la mañana. El color estalla sobre los sentidos como antesala de lo que será el resto del día.

 



Al terminar mi visita decido extender el tiempo de ocio y visitar la librería Libros Ref, que queda a solo unas cuadras. El azul Berlín de los muros hace que sea inconfundible. Entro, soy la única. Damos rienda suelta a la danza del habla: “Buen día, permiso. / Hola, ¿te puedo ayudar en algo? / No, gracias. Voy a chusmear un ratito y cualquier cosa, te aviso / Dale.

Voy haciendo camino dentro de la librería como una niña exploradora. Dejo que todo me maraville, que me sorprenda. El cieloraso invita a prolongar la mirada a lo largo de las paredes. Descubrir una librería es un viaje en sí mismo. Postales, recortes, fotografías de París, partituras de música. Cada rincón va revelando un detalle que, por minúsculo que parezca, aporta al todo. “Si tuviera una librería sería bastante parecida a ésta“, pienso.
*

 

De repente, todo el azul todo: un libro de Jonas Mekas, otro de Patti Smith y uno de María Negroni. La poesía, las memorias, los diarios. Acaricio cada portada, contemplo las tipografías, los abro al azar y retengo frases. Sobre las repisas las referencias de música, mientras de fondo suena rock nacional. Me detengo frente a la ventana y observo el movimiento de la ciudad. Es lunes y junio. La grisura del cielo se dispersa, lenta como el letargo y la mañana. El sol atraviesa el cristal, humilde y eficaz. La viajera incansable agradece.

 

*

Antes de irme pregunto por un libro de Luisa Valenzuela, “Peligrosas palabras”. Me despido y me llevo un souvenir. “La referencia es el azul“, dice la postal que traje conmigo. Salgo al invierno. La música que sigue, como la ciudad.

*

 
sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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