11 de noviembre de 2015, 12.30 pm.
Te escribo desde el Café Nostalgia, que en otra vida quizás fue Café Saudade.
Escribo en donde no debería escribir, en la hoja al azar de un cuaderno de lluvia espiralado que dice 26 de noviembre, jueves; y también dice: “No me escribas la pared, sólo quiero estar entre tu piel“, mientras un disco de jazz con voces femeninas sirve de fondo; mientras las paredes susurran secretos del norte en fotografías enmarcadas sobre negro (al igual que las curvas de mi cuerpo, azules casi negro, quizás lo hayas notado).
¿Y si te dijera que soy tan solo una fotografía que respira y se hace en el encuentro? ¿Si te dijera que soy la palabra, la imagen, y el puente que se traza entre los dos; que quiero ser la instantánea en blanco y negro que trata de asir la nostalgia de todo aquello que aún no ha sucedido?
Así, escribiendo, ha aterrizado el café sobre mi mesa. Sin más, la nostalgia dice presente. Y no recuerdo haber nombrado la nostalgia al hacer mi pedido, pero supongo que en este café, el café con nostalgia ha de ser una especialidad de la casa.
“Escribir es pintar con palabras”, decía una frase en un sobre de azúcar, allá por enero, cuando la nostalgia me habitaba pero no estaba a flor de piel, como ahora, como en este preciso momento, en el que te escribo en un bar en el que solo hay mujeres a la mesa: una mujer de la edad de mi abuela, una mujer de la edad de mi madre y una mujer con la edad de una hija (es decir, quien te escribe).
Te escribo desde el Café Nostalgia, que es lo mismo que decirte: Escribo desde el hogar en el que supimos ser una instantánea de la piel.
S.