«todo despierta nuevamente con la tensión mortal de la bestia que
acecha en el sol de su instinto
todo vuelve a su crimen como un alma encadenada a su dicha y
a sus muertos
todo fulgura como un guijarro de Dios sobre la playa
unos labios lavados por el diluvio»
Fragmento del poema “Alta marea”, de Enrique Molina (Buenos Aires, 1910)
Día 11.

 

El otoño continúa. El diluvio descubre la metáfora con audacia. Tiembla La Casa cuando el agua desbocada convierte la pintura en lactancia inesperada. La lluvia logra abrirse paso entre las grietas y espeja la cadencia del llanto al escuchar Los Días Raros: “ábrelo, ábrelo, despacio. Dime que ves“. Leo poemas de Enrique Molina antes de empezar un libro nuevo. Repaso el piso e intento olvidar en la medida de mis posibilidades. Lo que veo: apenas la mirilla, la luz que asoma antes de que se abra la puerta, la metáfora, la grieta.
La música como algo más que una melodía. La música como un furor siempre de estreno sonando, pulso pronunciado puro y prensado contra esta piel mía. La música como la hiedra de la poesía.
Quisiera algo que suene como una sintonía de Chopin. Claro y sedoso, enfático en los lugares correctos. Quisiera escucharte llover en mi boca. Cuando la noche vino venerándote bajo el halo de mi imaginación, me pareció escucharte diciendo “quedate conmigo” mientras acababan el desvelo y el sexo, y finalmente me quedaba dormida engarzada a tu fantasma.
Suenan las mismas canciones de ayer. No hay grandes acontencimientos. Sí la esperanza necesaria para extraer de cada detalle una historia, ese guijarro de Dios sobre la playa. Escribo, como F. y B. lijan las paredes cuando escribo, que es ahora mismo. El oficio de la escritura detrás de la escritura.
Quizás el milagro de hoy sea acariciar a mi pequeña perra con nombre de viento y observar cómo la vida sucede en sus ojos.

Me muero de ganas de hablarte y contarte cosas: que estoy bien y tengo el pelo más largo, que todavía no leí el libro que me prestaste, que tampoco el diccionario de Fuentes. Que quiero volver a estudiar y descubrí que el café colombiano no es lo mío. Que me muero de ganas de verte y contarte cosas, por ejemplo, que tengo miedo de un día despertar y ya no recordar la fisonomía de mis viejos. Es importante no olvidar, nada, del todo; que la reminiscencia sea tal vez un triunfo. Terminar apenas, para que asome la luz.

Esta entrada del diario pertenece al desafío “30 días de escritura” de Maitena Caimán.
Imagen: tumblr.com
sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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