9 de octubre de 2015, 10.50 pm.
Julio,
Ayer por la mañana he tendido las sábanas para limpiar los recuerdos y no ha funcionado. En el cuarto aún puedo ver los destellos de un alma enferma que alguna vez ha sido caricia.
¿Quieres que te cuente cómo ha amanecido Buenos Aires? Ha venido el frío a visitarnos de nuevo, a Buenos Aires y a mí; a pesar de los principios de octubre, a pesar de la pasada primavera. Ah, pasada, pasado; el pasado, Julio. El pasado también ha venido a visitarme, aquí, en esta ciudad donde todo se olvida y se recuerda en proporciones dispares.
Hoy pensé muchísimo en el tiempo y en Johnny, y debo reconocer que hay un tinte de su desquicio que me espeja, o quizás sea su plática del tiempo; o no, tal vez sea la música. Ya no sé distinguir entre el desquicio, el tiempo y la música. Y no me refiero al desquicio que arrasa con todo a su paso, no; me refiero al desquicio que disfruta de un vals sobre su víctima; el desquicio que desliza la mano por debajo de la falda; el desquicio que nos hace sentirnos jodidos y que viene a visitarnos con la misma regularidad que el frío lo hace a principios de octubre; el frío que avanza lento a las 7.30 de un viernes nueve, a casi un paso del fin de semana prolongado.
El invierno también se ha prolongado, aquí, en Buenos Aires. Esto me recuerda a París. Buenos Aires me recuerda a París de tanto en tanto. París me recuerda al invierno. El invierno me recuerda al café en una taza acunada entre las manos; y esto, esto me recuerda a la primera vez que posé la planta de mis pies sobre las aceras de París y lo sentí como un regreso a casa.
En fin, el tiempo. ¿Lo ves? El tiempo se me ha ido de las manos y apenas te he contado cómo ha amanecido Buenos Aires. En su lugar, me he demorado escribiendo de París. Es que… París, Julio. París tiene un poco de los dos, y esto hace inevitable que el tiempo se me escape contándote que siento tanta nostalgia por esa ciudad como la siento por ti.
Entonces, pido. Pido un mes en París, pido los puentes, pido el encuentro; pido que mis palabras te lleguen, pido el amor, pido el poema… el poema. “Un poema es una petición“, enuncia la boca de Louis en otro idioma -quizás no lo conozcas, pero siempre que escribo de París, lo escribo en su cuerpo-. El cuerpo… el cuerpo es un reloj de arena, Julio. Mira, mira mi arena pasar; pasa, se va; pasa mi arena, ¿la ves? Pasa mi arena y estoy escribiendo en cada segundo: de arena, de tiempo, de música, de desquicio, de poesía… Pasa, el tiempo pasa y con el tiempo los recuerdos, y París, y Buenos Aires y los secretos que todas las ciudades se han animado a contarme al oído.
Entonces pido… pido no pedir nada más; solo que la arena me atraviese, como una forma de poesía.
*
Escribir una carta de amor para un cuerpo ausente, para el verbo fantasma, para el hombre que pronuncia las ciudades al unísono conmigo.
Carta #1: http://goo.gl/hCo0Rm
Carta #2: http://goo.gl/KQf3g0
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sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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