Infinito presente

23 de noviembre de 2018.
“Un fosfeno es un fenómeno caracterizado por la sensación de ver manchas luminosas, centelleos o puntos de luz que está causado por la estimulación de la retina. Un ejemplo de fosfeno son los patrones luminosos que se ven al frotar fulgorosamente los párpados.”.
La luz en los ojos empezó como una búsqueda. Jamás imaginé lo que vendría: ver esa pulsión, contemplarla. Observar en el otro el primer movimiento, el que antecede a la escritura. Vivir esa inquietud, indagar en el mareo.
Frotamos la palabra sobre los ojos y lo que nace es aun más que la luciérnaga. No tiene cuerpo aunque nace de él. Es universal, aunque parece propio.
Escribimos como si tuviésemos los ojos cerrados. Escribimos y al hacerlo nos proyectamos en esa mancha lumínica, buscamos la apertura. Entonces, lo que se revela en ella es centelleo puro que al releernos y darle voz, irradia.
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24 de noviembre de 2018.
“La coincidencia de ese mirar”.
Leo a Julio mientras se cierra la tarde. Lo que queda del día aguarda sigiloso como un animal de otro mundo.
¿Hubo que enterarse todo? Todavía busco la respuesta detrás del umbral. ¿Cuántas veces he de salir de mí misma para ver la sombra? Vuelvo a escribir en un sillón en compañía de un otro. Todo parece repetirse con el ritmo de las olas. Qué extraña sensación: vivirlo y observarlo al mismo tiempo.
Estar siempre entre dos aguas me hace tambalear sobre mi propio centro. El equilibrio está en lo que transcurre: rozar sus brazos con el margen de mis uñas como una forma de cariño encriptada. El equilibrio está en encontrar un punto fijo, un faro: el edificio de enfrente, sus ojos, ese rincón entre el cuello y su oreja cuando el peso de su cuerpo se derrama arriba mío, las palabras que dejó sobre el mantel.
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25 de noviembre de 2018.
No quiero ser la guitarra. Quiero ser la destreza con la que mueve sus manos.
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Observo los pájaros sobrevolar la antena de radio que enfrenta su casa y mi parte hostil cuestiona: ¿es esto todo lo que hay?
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Lo que queda del sol destella en el metal de las rejas del edificio opuesto. Centelleos que parecen diamantes, como la vez que crucé el Puente de La Tournelle y observé el río. Mi memoria siempre cruza al otro lado. ¿A dónde pertenecen mis recuerdos? ¿Me exceden o tienen, por defecto, asignada mi identidad? Al escribir hago que trasciendan las rejas, que se conviertan en ese centelleo. Entonces dejan de ser míos. Son de nadie: el todo mismo que trasluce.
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25 de noviembre de 2018.
“Debe haber algo”.
Como todo lo que recién empieza, deslizarse lento. Caer sin resistencia en el agua o la presencia.
Ofrendar la atención a algo o a alguien es tan valioso en estos tiempos que corren, que no paran. Leo a Robin: “debe haber algo que no se mueva cada vez más rápido. Algo si no completamente quieto, lo suficientemente lento como para tocarlo.” Cuando se encuentra, tocar entonces. Palpar. Pasar el índice por la fisonomía de esa realidad. Intuir los ríos y lluvias que formaron ese cuerpo.
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Imagen: Martina Matencio

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sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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