“La vida es un pequeño espacio de luz entre dos nostalgias: la de lo que aún no has vivido y la de lo que ya no vas a poder vivir. Y el momento justo de acción es tan confuso, tan resbaladizo y tan efímero que lo desperdicias mirando con aturdimiento alrededor.”
Rosa Montero, La Carne.
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15 de septiembre de 2018. Diario de viaje. Mar del Plata.
Siento un mareo leve. Hubo que salir de la casa, de nuevo. Qué difícil transitar esta dicotomía. A veces resulta imposible evadir esta nostalgia que se adhiere como una ventosa a mi mirada.
Levanto la vista al cielo. Las criaturas del aire llenan el espacio de música. El mar se mueve y trae todo aquello que me niego a pronunciar. Me pregunto cuánto tiempo tardará en desaparecer esta náusea. La consigna intransigente de disolverme en moléculas persiste sobre mis bordes. Ya nada es lo mismo, por suerte. ¿Por suerte?
¿Cuánto tardaré en darme cuenta de que la herida aún supura pero ya no anhelo la misma playa, el mismo calor de la palabra escrita? La arena brota de mi boca como un temporal sin pausa. Me crecen las costas y los planes. Hace rato que dejé de buscarle en los arrecifes de mi diario.
Hoy voy a comprar café
a inventar una osadía
a bailar en los semáforos
voy a dejar que los hombres me miren.
Hubo que abandonar la casa y correr las olas. Hubo que torcer el miedo. Todavía no metí los pies en el agua y sin embargo, estoy mojada.
Voy a cantar hasta que amanezca la calma. Voy a pintarme los labios con mi rojo de altura. Y cuando todo persista sobre mis bordes, me dejaré arrastrar por el mar para ver adónde lleva… eso, o que mi mano izquierda se llene de tinta, que es la misma cosa.
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Imagen: proclaims.tumblr.com
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