Lo cotidiano en un acto poético. La remembranza como victoria. 
Un viaje literario a través de las páginas de Al borde de los días, el libro de Agustina Rabaini.
 

 

Agustina Rabaini nació en Santa Fe en 1974 y vive en Buenos Aires. Apasionada por las palabras y las imágenes desde siempre, transitó el camino de las letras, la fotografía, la gastronomía y el cine, y abrazó el oficio de periodista.

 

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El poemario de Agustina llegó a mí un jueves. Sucedían el sol y los rostros nuevos, los hilos azules. Desde el inicio del libro, el mundo subterráneo de lo cotidiano se abre con una poderosa frase de María Zambrano: “Alma es el lugar donde entramos en intimidad con las cosas.”
El poemario de Agustina llegó a mí un jueves. Sucedían el sol y los rostros nuevos, los hilos azules. Desde el inicio del libro, el mundo subterráneo de lo cotidiano se abre con una poderosa frase de María Zambrano: “Alma es el lugar donde entramos en intimidad con las cosas.”
Supe que ingresaba en una habitación de cristal. Y entré así, como una niña. En puntas de pie, con curiosidad y ritmo pausado, con cierta esperanza nueva.
Ya en el primer poema se refleja el universo referencial que rodea a la autora al transcribir lo que Nina Simone enuncia (que también es ella y es yo): “La libertad es no tener miedo / Desearía poder dar todo lo que puedo dar”.
Música, imagen y escritura están tiernamente entrelazados.  A medida que fui adentrándome en su cuarto propio aparecieron imágenes; fotografías del movimiento de la luz y el agua. La belleza cinematográfica recorre las páginas color hueso, al igual que la intimidad, entreverándose con el lenguaje poético y las instancias de la jornada: que “se hizo de día“, “que no / que de noche“, o tal vez “madrugada pasadas las doce“. Y luego, el “aire en las caras“, “la avenida”, el “papel en blanco“.
Fui deslizándome entre las cosas, que son palabras, y entablé un diálogo con las hojas que van del número 22 al 27. Construí un puente con frases de la autora escribiendo en mi cuaderno: “Florecer en la intimidad más extrema: montaña rusa. Embarcada sin saber en qué dirección la llevará”. Apareció esa otredad de la que habla Luisa Valenzuela en su libro Entrecruzamientos (2014, Editorial Alfaguara); ese espejo, esa sensación de volver a casa que emerge a través de las palabras del otro.
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“Hay que ponerle un nombre a la noche”, dice mi padre mago.
Para la poeta, lo cotidiano también se construye con las palabras del otro. En ese lugar en el que todo nace y crece, entonces la palabra. En esa intersección entre el aire y la voz, ese puente.
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Al ir avanzando, la cercanía con Agustina se hizo cada vez más clara. Amaneció, entonces, lo cotidiano de aquellas amistades que revisten las paredes con su compañía:
“Los años de la vida bullendo
Amiga
Que me cuentes
Ese poema
Louise Glück
La pelea del domingo
Empujar el trabajo para que nada se caiga
Todo parece mutar
En lugar de caer
(Fragmento que automáticamente le envío a mi amiga de años).
También despuntaron los lazos de sangre y esas amistades que son hermanas, o viceversa: “… la certeza de no haber estado / Nunca / Demasiado sola / Que me abrace / Ella que sabe”.
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Aquella belleza cinematográfica va emitiendo destellos de la infancia como un don, recuerdos que solo puede dibujar la niña que aún habita en una, y que también dan cuenta de una huella geográfica: “apoyar la pava en la mañana”, “el mate con manija”, “la radio am”. Así es como la memoria del agua que desprende de cada acto cotidiano se convierte, inevitablemente, en poesía. Lleva consigo algo más que una imagen, sino la evocación de la vida atravesándonos a partir de lo simple y lo cercano.

 

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Luego, la inocencia de los niños que la rodean, sus hijos Ana y Pedro. Ese acto poético que se da, sin saberlo, en las expresiones de la niñez: “Mamá, cuando el corazón se sale, ¿el amor sigue vivo?” La rutina como un reto, sí, pero entonces el niño que entra a clase, el café y las nubes después.
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La calidez del cuarto propio se deja ver a través de cuadros dentro de cuadros: fotografías que nombran la nostalgia con dulzura y la añoranza como una victoria. La remembranza como una criatura suave que acaricia. Lo bello de estar, lo que conmueve.
La poesía de estar ahí, al borde de los días, a orillas de la escritura (y de nosotros mismos).  Esa sensación de que toda escritura es una ventana al alma, una puerta que se abre.
Al borde de los días” fue editado por Alción Editora.  Pueden conseguir sus ejemplares en Librería Hernández (Av. Corrientes 1436), Librería Norte (Av. Gral. Las Heras 2225) y Arcadia Libros (Marcelo T. de Alvear 1548).
sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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