Día 1.
1.
En los últimos días la escritura ha sido el suspiro profundo; un silencio rojo, una bulería profética de amor. La mano en el sexo, el autodescubrimiento de un lenguaje extremo, quiero decir, de un lenguaje que me vuelve a llevar al extremo de mí misma.
2.
Le crece luz a la luna. El fuego de Aries la envuelve entre sus manos para darle/darme el impulso necesario para ser.
3.
Me invade una sensibilidad extrema. Me conmueven los placeres simples: las notas de música, el temperamento del cielo, el sabor de la fruta, la crema en la piel.
Siento algo más, la confirmación de que sigo con vida. “Je suis vivante” decía una protagonista el sábado a la noche. Desde entonces, todas las mañanas me repito: Je suis vivante, je suis vivante, je suis vivante.
Estoy viva, y es mi sensibilidad lo que me enlaza con los mundos sutiles.
4.
Manifestación diáfana. Imagen que aparece cuando cierro los ojos. Las manos en el cuerpo y la boca llena de pájaros. Estremecimiento del corazón que busca. Presencia, sombra espectral del amor.
Música que suena desde la otra habitación.
5.
Jueves. Suena “Y sin embargo” y comienzo a sollozar sacudida por la voz de la mujer y los versos del poeta.
No es tristeza, es deslumbramiento.
La música me atraviesa.
Lloro desde el hueso.
“Je suis vivante” —no lo digo, no lo escribo:
Lo manifiesto con el cuerpo.
Estoy viva.
*