17 de junio de 2016.

«Si tus ojos hablaran, ¿qué dirían?»
Que la mañana comienza escribiendo el insomnio entre partículas de luz y la diosa de los mares.
Que la música me lleva de la mano sin destino, y me lleva, y me dejo llevar por el sencillo placer de donarle melodías al asfalto.
Que las ventanas son mi libro audiovisual y cada vez que inicio el movimiento comienza a rodar una película.
Que el cielo está especialmente hermoso en este junio de otoño rojo y Buenos Aires.
Que los ficus aún tienen hojas verdes entre árboles desnudos y los confines del cuerpo.
Que el cielo de vainilla quizás nace en la poesía del que mira.
Entrega. Visión. Éxtasis lírico.
Que «hay que escribir, y también vivir, como si el día en que vives fuera el último día, como si se tratara de la última oportunidad.» —dice Henry Miller desde la página de un libro de Anaïs—.
Que cualquier día, en cualquier lugar del mapa, puedo convertirme en bailarina de café.
Que un viaje de 2 horas se resume a una mujer de unos 60 años de edad escribiendo el movimiento como un soplo de vida. “Busco algún gesto”, escribía, conteniendo el cuaderno entre sus manos como se pule un rubí.
Mujer secreta. Piedra preciosa. Criatura del mundo estelar.
Si mis ojos hablaran, intentarían describir la sustancia emotiva de las cosas reales; relatar el presagio de las palabras que habitan las paredes y el papel; la abrumadora osadía de las canciones del mundo… Mis ojos cantarían sobre los mundos sutiles, para todo el que quisiera escuchar.
Música de las esferas. Acordes azules. Divinidad de lo simple que nos besa los pasos.


Imagen: pinterest.com
sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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