“Llevo su secreto, por años lo he llevado; he traído sus pistas y ahora estoy aquí para expresar la verdad.”

En este día de sol me toca admitir que ya no soy la misma: he cambiado. También puedo decirte que he pronunciado la palabra “útero” al menos 200 veces en toda la semana; o quizás puedo recitar el poema de Las Jaulas que leí en un escenario, o el poema que dediqué a mis abuelos y la sequía de amor. Éste último me hace saber que aún no he terminado mi viaje. El viaje que comenzó hace casi dos meses atrás, aún no ha terminado; sigo, vengo.
Me he parado en las orillas del secreto de mi historia familiar y he asomado la mirada con algo de vértigo por no saberme todas las respuestas. Pero si hay algo que puedo decirte es que he logrado aceptar el desorden: el día que encuentre las respuestas será el día que deje de latir.
¿Te dije que he nombrado la palabra “útero” al menos 200 veces en toda la semana? No ha sido la única, también he nombrado la palabra “mujer”, la palabra “niño” y una variación de la palabra “venir”. He reposado mis manos sobre el vientre para saber cómo me siento: la respuesta está en mi boca que se abre para el mundo; la gracia de la creación; la calidez de las entrañas que siento cuando el mundo me atraviesa… sí, alguna vez lo dije: el poeta es el estómago del mundo.
En este día de sol también quiero decirte que me levanto todas las mañanas con otra comunión de palabras en mis labios: yo-me-tengo. Y sé que esto ya lo he dicho, pero: estoy aprendiendo a quererme, estoy aprendiendo a ser mi propia madre.
Lo entiendo, ahora, en este momento en que te escribo, que más que cargar con su secreto, lo encarno. Llevo el secreto en las entrañas, en la calidez, en el estómago, en el útero, en las palabras que he elegido pronunciar.
El viaje.
El último viaje me ha partido al medio como una fruta y por momentos me abstraigo y me encuentro en dos pies que se empapan de tierra mojada, en el cómo de los fosfenos al emsamblar las pestañas, en la pulpa de naranja y el jugo que se escurre entre las manos, en las manos que se posan sobre el útero como una mariposa -cada vez que veo una mariposa pienso que es una re-encarnación de mi madre; otro secreto-.
Soy cítrico: estoy pelando mis capas para transmutar y digerirme.
Me exprimo.
Me estoy exprimiendo
Desde la raíz.
En este día de sol, el sol me habla: la luz es mi alimento hasta en la sombra. Recuerdo que alguna vez me preguntaron qué don de la naturaleza tomaría como propio, y respondí: la fotosíntesis. Y fotosíntesis es tan solo otra forma de convertirme en el estómago.
Ahora bien, permíteme hacer un intervalo para pronunciar las palabras Clarice, AnaïsAlejandra. Me han dado de beber en medio del desierto y es por ellas que el viaje sigue vivo y muta y me atraviesa. Gracias a ellas, ésta convulsión de sentirme con vida. Hay lecturas que llegan como la lluvia: para arrastrar.
Me he ido por las ramas, una vez más. Es que estoy en crecimiento, ¿lo entiendes? Crezco y me crecen las hojas, las palabras están creciendo porque el invierno se aleja y es hora de volver a florecer. 
Este viaje ha sido el comienzo de las hojas, de la fruta, de la savia, de la sangre, del secreto de las lágrimas de cáncer y amor. Este viaje ha sido la revelación, una propia ceremonia en la que honro mis raíces de rodillas para seguir mi camino; la fotosíntesis que me despabila los brazos, las ramas, la lengua.
El viaje. La búsqueda. El viaje de nuevo.
El último viaje aún no ha terminado:
sigo, vengo, sigo viniendo.

Imagen vía pinterest.com

sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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