¿Qué es lo que nos hace desvirtuar el carácter perecedero de las cosas?
Enciendo una vela para hablarte, a ti que has venido a leerme. Enciendo una vela para decirte que no entiendo el porqué de la necesidad de prolongación de la mortalidad, del amor, del crepúsculo, de los días al sol.
¿Acaso no es mejor que la primavera nos dure un segundo para poder vivirla como la primera inhalación de alguien que ha sido rescatado del naufragio?
No entiendo la necesidad mía, tuya, de todos, de que los instantes de felicidad sean eternos, de que las historias de amor duren para siempre, de que el café no se consuma. 
Enciendo esta vela para hablarte y contarte que he visto el sol aparecer desde un balcón que no era mío, y eso lo hace único. También he visto el ocaso desde el jardín de una de las casas de mi infancia, y en el ocaso, el recuerdo de tardes sintiendo la frescura del pasto por debajo de los pies (¿sientes la humedad, la sientes?). Enciendo una vela para decirte: esta recopilación de instantes, de momentos, de luciérnagas, es irrepetible. ¿Lo ves? El instante es perecedero y tardo tan sólo un minuto en escribirlo. Allí está, ¿puedes verlo? Es este momento, se está desvaneciendo entre las manos. Se nos va, se va de nuestras manos y no hay explicaciones, prórrogas ni barreras que puedan detenerlo.
Y mientras te digo a la luz de una vela que escribo el momento para asirlo entre las manos y sangrar gotas de jugo entre los dedos, mientras te digo lo que digo, lo que escribo, lo que (no) entiendo… el momento se me escapa, se va, se fue. Allí va, ¿lo ves?
Si hay fin es hoy” decía Lisandro, dulce, hace unos minutos atrás, y ya se ha ido -otro momento-. Y con todo esto quiero decirte: la nada es lo único que dura para siempre. “Quiero que el anfibio emane del azul“, seguía cantando, y hasta el azul me dura temporadas: tierra-agua-agua-tierra. Me nacen las branquias y luego los pulmones, y quiero una caricia una mirada una guerra entre las sábanas y… ¿Lo ves? Se fue.- Ha pasado el momento.
Y a pesar de que la vela está por la mitad, te miro y te digo: ha sido un buen invierno. El invierno me ha traído la poesía, los caminos, las raíces; el invierno me ha traído el vendaval y un amanecer entre las piernas. El invierno me ha devuelto a la fuerza natural.
Se consume la cera y nos queda poco tiempo. Entonces voy a decirte que mi casa huele a incienso y peperina y luces y sombras -al menos hoy-. Voy a decirte que he abierto las manos y el músculo que habita aquí en mi pecho ha ascendido una tonalidad -pero no puedo describirlo exactamente ahora mismo, tendrás que imaginarlo-. Voy a decirte que escribir es el único momento en el que todas las mujeres que me habitan hacen comunión; que escribo el movimiento, escribo la ciudad, escribo una mirada… para que abras los ojos y mires conmigo. Voy a decirte todo lo que me ha quedado por decirte; voy a decirte que… Se apaga la vela, se va; se acaba el momento… ¿Lo ves? 
Se apaga, se va… Se fue.

sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

2 Comments
  1. Ay!

    Yo tampoco entiendo eso de querer que todo dure eternidades, o de querer prolongar lo que ya no es como era. La felicidad es una suma de momentos, dicen algunos, y cada vez creo más en eso. Si fuese un estado continuo, en algún momento dejaríamos de percibirla, como dejamos de percibir tantas cosas.

    El pequeño gran truco de todo es saber disfrutar de los momentos mientras duran.

    O capaz que no tiene nada que ver con eso, pero bueno. Habrá que intentarlo, de todos modos.

    (Hacía mucho que no pasaba por acá… se extrañaba)

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