“Tu canción preferida será el himno de La Tierra.”
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21 de agosto de 2015, 4.04 pm.
Sólo mi cuarto sabe cuántas canciones absorbí en la adolescencia. Lo que me recuerda que ya hace más de 10 años desde la primera vez que escuché Transatlanticismo. Me gusta pensar que enamorarse debe ser muy parecido a escuchar esa canción.
En fin, cómo decía, absorber las canciones, sí. La música suele atravesarme de tanto en tanto, al menos una vez al día. Suele atravesarme tanto y tantas veces que alguna vez alguien preguntó qué no podría faltarme en una isla desierta y contesté “música” sin pensarlo demasiado.
La música me atraviesa como se atraviesa un océano (lo ves, Ben, siempre terminamos hablando de lo mismo). Se filtra por debajo de la piel haciendo de las “palabras que no existen” la forma de salvarme del hastío y la monotonía.
¡Ay, música! Intento describirte y no me alcanza. No me alcanzan las palabras. Pero intento, me invento la forma porque “sin las palabras dime qué nos queda“. Lo intento porque quizás alguien me lea en algún lugar y esté pensando: a mí me pasa lo mismo. Lo intento porque si me dejo arrastrar por la duda, o por el hecho de que “llevo días buscándome yo”; o tal vez si me detengo a pensar en que nadie va a leerlo, podría estar perdiendo la oportunidad de coincidir con la persona que está del otro lado. Y qué lástima sería cerrarse a la posibilidad del encuentro. “Tienen que ocurrir tantas cosas para que dos personas se conozcan” —leí alguna vez por ahí, mucho antes de que alguien preguntara qué no podría faltarme en una isla desierta, pero mucho después de haber escuchado Transatlanticismo por primerísima vez.
Y mientras Ben me dice al oído que va a contarme cómo nació el Atlántico, detengo mi escritura para prestar atención, como se le presta atención a los secretos.
Entonces, en el minuto 3:00/7:55, llega mi frase preferida: “Te necesito más cerca“. Se hace esperar porque, como decía mi madre, todo lo bueno lleva su tiempo.
Supongo que, después de todo, la música y yo coincidimos tal como dice una frase de un libro que habita mi mesa de luz: “Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos.
*
Y es que a veces me pierdo en mi propia canción y me vuelvo abstracta, abstracta del mundo, abstracta de mí, abstracta de las muertes que me han curtido la piel como el sol del mediodía o un incendio de amor a principios de este mes que casi termina y se me da por olvidarme hasta las comas. Me pierdo, y no digas que no te lo advertí, porque lo he escrito. 
Ésta es la diferencia entre decir y escribir: 
al escribir las palabras quedan detenidas en el tiempo. 
Éste es mi propio conjuro: 
detener el tiempo en las palabras, detener el tiempo escribiendo los hilos del mundo, 
el himno de la Tierra, 
la música, 
los hijos del mundo (que todos somos);
las 29 canciones que me he llevado de viaje.

Y la música… la música es tan solo otro conjuro para que este viaje se quede conmigo.

sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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