I.
“Dice el Tao: sólo un cuenco vacío puede llenarse“. Reconocerse vacía no es fácil. He dado a luz a un hijo de papel que he pronunciado con tinta corrida; he expulsado la luz y ahora me toca volver a la sombra por un tiempo para gestar un nuevo libro, o quizás para dejar que mis entrañas lluevan nostalgia por la ausencia de este embarazo-12-meses.
II.
“Ayer el temblor corrió por dentro, porque decidió resguardarse en forma revertida, en mi propia oscuridad (‘…into the dark’ dice la canción que me acompaña desde los 17 años)” – escribía el día después. He aprendido a perecer ante mis propias conmociones naturales y he vuelto a construirme. He resucitado a partir de un manojo de palabras sanguíneas con Norte de papel.
III.
El tiempo ya no se mide con agujas sino con sintonías: escribiré una partitura que logre abarcar sus propias latitudes, como los ríos. O no, en su lugar extenderé mis raíces como las cuerdas de un cello y resonaré en otra ciudad: Bulgaria y las montañas – dice M – o Turquía, o Montpellier para tomar té y leer Letras y Memorias a la luz del ocaso.
IV.
Asimilaré la velocidad del vacío y me entregaré a la voz ajena. Me despojaré de la carga innecesaria y me lanzaré al océano de espaldas para navegar a la deriva, sin importar que la brújula se quiebre. Ya no importa el destino, sólo el acto de entrega. Se cumplirá otra profecía auto-declarada: seré viento.
V.
“Caminé a través de una tierra vacía” – decía una canción el sábado a la tarde. Y quizás de eso se trate el último párrafo de la última etapa de dar a luz un libro: dar a luz para vaciarse, y vaciarse para seguir el camino. Es necesario el temblor para vaciar, y también lo es para volver a engendrar.
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