Ha llegado el invierno a pesar de la cronología. Hoy es un día gris, un día de amor meteorológico. He comenzado a incubar una pequeña isla de invierno entre las manos, y ya no recuerdo la última vez que sentí una caricia de amor. Caricias que cruzan de un continente de silueta a otro como si fueran a quebrarnos el olvido; caricias transatlánticas.
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N. me ha tocado como ningún otro – repito para mí, quizás hasta de forma tóxica (gris-humo). Tal vez tenga razón. N. también me ha enseñado que los grises no respetan temporadas. N. ha sido, probablemente, el más insolente de los amantes que convivieron con mi piel.
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El día ha cubierto su rostro para no dejarme ver. Hoy, sólo un manto gris que me inspira a escribir como si estuviera en pleno verano. Recordar a N.: si continúo, el verano llegará antes de tiempo.
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Aprendí a tejer poemas con las yemas de los dedos; configuré una primavera para mí desde otras latitudes; me enamoré de ciudades-intemperie, pero aún no he encontrado un hombre que se dibuje el corazón de adentro hacia afuera. Aún no ha venido el oleaje de satisfacción ni las palabras que saben besar en francés.
Me niego al conformismo  -repito para mí, quizás hasta de forma cíclica (gris-invierno)-.
Tal vez espere demasiado, pero hay algo que me rehúso a aprender:
luchar contra mi naturaleza.
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L. me ha regalado la deriva 2009 en el medio del océano Pacífico. Aún recuerdo su sonrisa y su forma de mirarme. En la tinta de sus cartas oxidadas ha quedado sepultado un fragmento de mi debilidad. Mujer que ama, niña que llora un recuerdo de caricias a distancia:
escindirme para luego rescatarme.
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Todas mis historias del pasado suelen regresar por temporadas, insurgentes, como un gris que simula tempestad. Todas mis historias del pasado suelen teñirme las palabras, de tanto en tanto, de vez al mes… sin pedir permiso. 
Todas mis historias del pasado han sabido enlazarse a mis entrañas, cada una a su manera. Y hay algo que puedo asegurar:
de todos mis pasados insolentes, he aprendido. 

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Escribiré mi propio diccionario del silencio en el que soledad sea tesoro. Silencio (a)dorado, sí. El silencio será luz que no sabe de estaciones.
Seré una nota de silencio que resguarda caricias para continentes a futuro. Seré silencio que sana para engendrar otro color:
corazón vivo.

sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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