En el día de los recuerdos todo vale. Ayer, el llanto del cielo tuvo ganas de jugar a ser espejo en mi almohada. Y se mixan los recuerdos en el sótano, buscan consenso pero no tienen éxito. Se mezclan y aparecen las antítesis: y entonces las camillas, los puentes de París, las paredes celestes (punto seguido) La noche de Venecia y Mar Adriático, las pastillas para curar lo incurable (punto y coma) el Coliseo. Entonces el David, la inmensidad, las no-palabras; radioterapia, quimioterapia, la terapia de amanecer en Barcelona.
El llanto; la mezcla de recuerdos, la mezcla de emociones; la linea de tiempo de 2010 hasta ahora. Cáncer (punto y aparte)
El viaje (dos puntos) Europa, las góndolas; Sabina en la ruta, la música clásica en la ópera de Viena; el Danubio (no encuentro los signos)
En el día de los recuerdos todo vale, y aparece Anaïs una vez más para prestarme sus palabras, en un día como hoy: “Casi llegué a pensar que algo estaba mal. Todos parecían tener refreno. […] Yo nunca siento refreno. Me desbordo.” Me desbordo cuando escribo, porque escribo cuando siento. Cuando escribo me siento a escucharme, a escuchar a mis recuerdos, a tomarlos con las manos como si fueran un puñado de rosas con espinas. Y en el punto de encuentro del rojo de los pétalos y las lágrimas de sangre que destilan de mis manos, también un poco de corazón, un poco de locura; un poco de Italia y un poco de Siria; un poco de luz y de sombra; el eclipse.
En el día de los recuerdos todo vale, hasta creerme que lloro rojo por las manos, y el rojo y yo tenemos tanto por decir, pero eso es otra historia (puntos suspensivos)
Escribir hoy no fue elección, fue necesidad.