La música y yo. La historia eterna. La música por debajo de mi piel, con tendencia a drenarme; tendencia que me lleva, me eleva. 
La música y yo, que vibro y siento el aire escurrirse entre mis piernas. Yo, que soy como una pluma entre las notas de sus manos; contorsionista. 
La música y yo. La noche eterna. La oscuridad que nos invita al beso francés. La intensidad que conmociona nuestros surcos. La pasión. La sangre que corre en dirección a la potencia. Buscamos el desenfreno porque nos gusta agitar el avispero. Somos el NO normal, el SÍ buscáme, el SINO podéme.
… En el mismo compás, con luces que iluminan nuestras sábanas y tienen ganas de invitarse medianoches enteras de intenciones lunares; de abrazos esféricos y contraste insipiente.
Melodías de sexo y amores tácitos que comen la mirada. Estela de nieve que arde como el fuego, y se derrite, y drena, como yo, que me vuelco; y me escurro; y me pierdo en el NO sentido. Y qué bien se siente. Soy pluma; soy incendio de armónica. O mejor, bipolaridad: me agito como una cuerda que quiere el papel protagónico. 
Las trompetas anuncian la proximidad a la cumbre. Pero no. Desvío. Llega el vendaval entre mis brazos ahora.  Apelamos al letargo de los besos de alto impacto, de gustos que levantan la mano y dicen presente. El sabor del vendaval… Dejamos que arrase la textura de los cuerpos, y se devore los tabúes de generaciones ajenas, tan sólo porque puede. 
Se nubla la razón, como esperábamos. Se nubla la razón y hacemos de la cama un desierto sin destino; y en este punto mi torso, arena movediza.  Y antagonistas, las mixturas alcanzan notas altas, alto cumbre; cumbre-cúspide de nuevos paisajes, de nuevos lenguajes de ya no desiertos. Y las voces hacen eco (¿o nosotros?)… Y el deseo reverbera hasta en la almohada, a un compás imaginario. Ya casi el desenfreno… casi.
Entonces, el amor. Las lecciones de etiqueta que obedecen las NO reglas, y el amor. Las caricias que percuden la pureza de los linos, y el amor.  El éxtasis que cava profundo, y más, hasta llegar al orgasmo final (por ahora).
Y luego la paz, y el sentido de la piel; la conquista del desierto y los descansos en la cumbre.  Y luego la disolución del sonido… para volver a comenzar. [Play]
sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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