Tarde de lluvia. Las gotas parecen furiosas y se rompen contra el techo como excusas de descarga divina. 
Tarde furiosa en Buenos Aires, la ciudad del cemento. El cemento no arde hoy, tampoco mis yemas; se sienten tranquilas; durmieron la siesta en casillas numerales de sistema automático, y aún así, se sienten tranquilas. Tranquilas por la canción de la lluvia, que a pesar del estruendo, compone la ópera prima de mi luminosidad.
Tarde caricia invertida. Afuera llueve de arriba hacia abajo, y sin embargo, en mi interior, de abajo hacia arriba. Las gotas ascienden cual burbujas de champagne, haciendo que admire los detalles con lente de aumento. Cuánta belleza en the little things (lo había olvidado, me gusta el inglés).
Me siento dulce durazno, con núcleo de pálpito fuego; latidos de una mujer que nació esta semana. Tallo en los surcos de mis labios letras folk que destilan enero y combinan con borgoña. Voy más lejos y las tallo hasta mis vértebras. En esta instancia, lluvia & música engarzados a mi núcleo; notas que se deslizan de izquierda a derecha, gotas que fluyen de abajo hacia arriba; opuesta complementaria; sin sentido; lo que nadie está buscando.
Me siento dulce Cortázar, y mi merienda: café con leche, tostadas y una carta de amor Pizarnik. “[…] Pero vos, vos, ¿te das realmente cuenta de todo lo que me escribís? Sí, desde luego te das cuenta, y sin embargo no te acepto así, no te quiero así, yo te quiero viva […] El poder poético es tuyo, lo sabés […]” Elogios eternos de esos que calan fuerte, que penetran por la piel hasta adherirse(te) a los huesos, “que dicen te quiero a cada chicotazo.”
Hoy me siento un poco más París que ayer. Ayer fui Torre. Hoy soy lluvia… Mañana quién sabe. Ahora me siento dulce durazno del Sol, y mi medianoche: pensar en palabras que debían volar, palabras que no vinieron al mundo para morirse(me) adentro. Porque de todo lo que me pasó aprendí… Aprendí que guardarme por miedo no vale la pena (y recuerdo a Sabina). Aprendí que prefiero manual a piloto automático; que cada día en el mundo es EL día en el mundo, y que prefiero los riesgos de sentirme más viva, derribando mis muros Berlín
Cómo quejarme de la lluvia, si la lluvia es limpieza. Cómo quejarme de la lluvia, si la lluvia soy yo.
sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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