Me paso los días pintando versos de amor por los rincones. Me paso la vida hablando de amor. No tengo arrepentimientos: mi cursilería es un vestido que me gusta llevar pegado al cuerpo, como segunda piel. Dicen que dulce es mi segundo nombre, dicen que también soy lluviosa, y otros dicen que soy luz. Yo me pongo bajo lupa, con razones de auto critica y dibujo(me) las venas agridulces, y me paso los días boceteándome las rimas en las palmas de las manos, derrapando por mis dedos.
Me paso la vida con los ojos hacia arriba, en revuelta imaginaria. Estoy en el horario del almuerzo de oficina y me pierdo en los tangos azabache; cierro las pestañas y camino por las calles de París. Me combino como hoy, con una boina tejida color crudo y un tapado de manojo de cintura, el cabello lacio, el viento refrescándome los pómulos y estampando tez rosada. Piazzolla, París, Pasionaria… tres palabras que comparten inicial, tres palabras que convergen en mis fuelles; tres palabras que fluyen como el Sena, o las rimas, o la lluvia.
Me paso la vida cargando las baterías de una melodía desgastada, me paso la vida repartiendo la pasión de lo que escribo para que la vida no se pase sin sentido. Dejo huellas (o eso espero), quiero diluviar los corazón-coraza, pintarlos de rojo carmesí; sembrar tatuajes de mi rouge en superficies musculares; enviar invitación para asistir a intensidades de acordeón.
Me lleva el viento, me dejo llevar por el viento, disfruto flotar en el viento, me vuelvo parte; danzo en el viento, danzo con el viento hasta volverme huracán (y cómo me gustan los fenómenos).
Estoy en el horario del almuerzo, y en lugar de divagar, me siento a escribir, porque lo necesito, porque ya es parte de mi piel, como la cursilería, como los tangos que me hamacan los recuerdos en la casa de mi abuela, como los atardeceres en el Barrio Latino con carteles de neón… y podría tejer comparaciones hasta mañana, o el jueves próximo, o el mes que viene.
La intensidad. La pasión. Los acordeones. Los violines. Las sinfonías. El baile. El barrio jubilados. Mis ojos chocolate que miran hacia arriba una vez más (sí, otra) y vuelan hasta Europa. ¿Ves? no hace falta despegar para viajar, porque viajar está en nosotros. Ahora mirá hacia arriba, viajá conmigo, sentí el perfume del café conmigo, escuchá acento francés conmigo; deleitáte con las boinas y chalinas y tapados conmigo, enamoráte de la torre conmigo… ¿Sentís? no hace falta tarjetear para vibrar, porque el latido está en nosotros. Todos somos pasionarios, todos somos corazón.

Notas de cuaderno – 28 de mayo de 2014
Que nos deja en el intento de alcanzarnos.
Asteroides infinitos con derecho a rostizarse las mejillas.
Satélites del deseo de quererse.
Planetas en peligro de extinción.

Yo no vengo a hablarte del destino y las estrellas,
Ni pretendo dedicarte poesía a fuego lento.

Conozco el invierno, el otoño, el verano, 
las flores primavera, y después todo de nuevo.
Conozco Florencia, París, Venecia,
y hago transbordo en mi cabeza a Roma y Praga.

Pero no conozco el infierno de tus besos, 
La estación de tus caricias,
Ni el incendio de tu cuerpo.

Quiero todo el año, meses y estaciones,
tus fríos, tus calores y manías.
Quiero sistema solar.
Quiero suspiro en la nuca para barrerme el vacío.

Y quizás un beso en el cuello.
Y quizás hoy, o quizás mañana…
Pero necesitaba hablarte, 
o no hablarte en absoluto.

sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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