Diciembre – Buenos Aires

Tu voz cae del cielo hasta mi boca. Llueven palabras de amor desconocidas.

Encuentro profundo. Ya nada es imaginario. La real realidad entra en nosotros, nos acaricia, titila en la negrura de la habitación, cubre nuestros cuerpos de viento artificial, bálsamo de verano.

El azul deja de ser un color y se transforma en una atmósfera entera, una forma de utilizar la mirada para llegar al otro.

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El asombro también puede tener nombre y forma. Contemplo este paisaje nuevo y veo cómo mis objetos personales van poblando su superficie, creando un relieve inédito, suave como un comienzo. No hay déjà vu posible, porque lo que nace es tan lúcido como inesperado.

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“Si esperamos juntos, mareas altas bajarán…”

 

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Él besa mis manos para recibir el día. Busco ansiosa una forma de nombrar lo que está pasando, llamo a la escritura. Invoco al hábito insistente del animal óptico que quiere narrarlo todo, pero lo único que hay silencio, silencio y contemplación.

La tormenta recae sobre el color del cielo y anticipa una especie de purificación desconocida para mí, que solo es comparable (por intuición) con una pequeña muerte.

No hay sal en mis labios esta vez, pero sí viento: cambiar el sonido de las gaviotas por el canto de los benteveos, el horizonte de mar por la apertura del campo o la infinidad de la ruta. ¿Cuánto hace falta para cambiar? Solo un paso, una afirmación. Y así, mientras pasan los árboles y los asentamientos ocasionales, yo permanezco; y lentamente la palabra vuelve a mí, se posa sobre estas manos besadas.

 

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“Sé que de nada sirve, o de tan poco, pensar en las edades de la luz a medida que las vamos palpando con el cuerpo (…)”
El cuaderno griego, Arnaldo Calveyra

 

Enero – Córdoba

Tengo un único cuerpo para el viaje, y un secreto de vos que todavía no puedo descifrar. Conversan pasado y presente; quitan capas, máscaras que ya no son mías. Así es como la palabra regresa a mis manos: agüita de río manso, brazos de sol, una lengua explorando a la otra, contornéandose.

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Lindan los cuerpos, frente y dorso se acercan. La mañana es un comienzo de pieles. Besás mis manos para recibir el día. Emitimos un deseo y rápidamente salimos al mundo.

 

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Nos dejamos vivir por el paisaje que nos rodea hasta que la voz sigilosa e insistente de mi mente inserta una ficha y hace que comience el juego. El aburrimiento es una espina que se esconde a la vista humana; en consecuencia no puedo expulsarla.

Deshoras: las horas que no son horas. Decís que me entregue a la nada, a lo que está pasando, pero aún no conocés los vicios de mi luna de agua.

 

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Las primeras gotas rompieron con el hechizo. La incomodidad es un dispositivo a desactivar. Requiere paciencia y escucha. Tomamos el tiempo necesario para volvernos a encontrar en la mirada del otro y salimos aireosos. Por la noche agradecemos la resolución y esclarecemos otro deseo: cuidarnos, cuidar lo que nace, hacernos bien.

 

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“Darse un abrazo sería inundar el mundo (…)”
El cuaderno griego, Arnaldo Calveyra

 

sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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