“Boss lady” dice la taza que me regaló L. hace unos años. Algo que comenzó como un chiste entre nosotros y se transformó en disparador de lo que viene rondando.

Escribiendo en el diario sobre estos últimos meses aparté la niebla: soy la primera de las mujeres de mi familia en manifestar su propio camino profesional, una mujer que al día de hoy se dedica a lo que le apasiona, autososteniéndose financieramente. Escribiendo también afloró lo que había pasado por alto: soy la primera mujer de mi familia que ha decidido manifestar vivir sola.

Haciendo retrospectiva y pensando en mi madre y mis abuelas, pude ver que ninguna de las 3 tuvo esta experiencia. Pasaron de vivir con sus padres a vivir en pareja, para luego a formar su propia familia. Esta revelación no llegó como la lluvia, fue un relámpago que irrumpió en el centro del día, dejándome estaqueada en la mitad de la página.

María Cristina nunca vivió nunca sola.

Corina nunca vivió nunca sola.

María Luisa nunca vivió nunca sola.

 

Pero la historia de María Sol se está escribiendo.

Además de unirnos la descendencia, nos une el nombre: si bien a mi abuela materna la llamaban Corina, su nombre original es María Cristina, igual que mamá.

¿Qué hay detrás de un nombre compartido? ¿Es posible levantar una casa en medio de este bosque que somos, que hemos sido?

Quiero ser la primera que plante la semilla,

la primera que invente una ventana para mirar el sol.

Quiero ser la primera que tienda el mantel para uno

y llene de confianza alacenas y cajones.

Ser la primera que se acepte

por lo que genuinamente es,

la primera que use el amor como un puente

para construir una ciudad entera

de posibilidades.

 

“Boss lady”. La taza me mira y esboza todo lo que necesito hoy: no se trata de ser jefa, sino de danzar suavemente en la autonomía de mí misma. Pero esta fiesta no es solo mía. No hago lo que hago ni haré lo que haré a pesar de ellas, sino con cada una de ellas a mi lado, incluyendo a las que jamás conocí.

At last, mi amor llegó: al darme vuelta estoy conmigo para atajar el salto, para acompañarme hasta que llegue el fin del mundo. Es una sensación de tanta dulzura y gratitud que apenas puedo escribirla.

No quiero ser mi propia jefa,

quiero ser mi propia amiga.

 

sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

No Comments Yet

Leave a Reply

Your email address will not be published.