17 de febrero de 2018. Sábado.
Reconocimiento.

Tregua, querida. Te digo “tregua” y elevo la bandera de la paz entre nosotras. Te digo “llena tu cuerpo de flores“; “déjate ser” y “córrete salvaje entre las manos“. Te pido: acepta tu naturaleza.
Se abre el diario y anoto fragmentos sobre el mapa de la negrura. Reconciliación es atravesar el bosque del miedo con los ojos cerrados, con barro entre los pies como efecto de la lluvia copiosa. Reconciliación es Reconocimiento.
¿En dónde el placer? Querer verte incesante sobre-contra-junto a mí. Explorar esta querencia que pronuncia entrelíneas mi otredad, esto que también soy. Esta música que suena desde la otra habitación. Tal vez, la canción del Dios Azul. Quizás, cuestión de osadía. Lo sé, podría escribirlo pero todavía no, no todavía. Falta un paso para llegar hasta el margen y quiero imprimirle valor.
Escribo “yo merezco sentirme deseada“. Y con esto derribo el muro de Berlín que separaba la voz de lo que soy en esta hora impetuosa. De alguna manera, la página en blanco se convierte en una forma herética y luminosa de revelación ante mí-misma, sin máscaras, sin personajes, sin papeles. Sola ante la entrega. Sola ante la vulnerabilidad.
La voz y yo nos sentamos a recitar la primera línea del primer poema jamás escrito por nosotras. Se parece a un comienzo, a un destino. Algo parecido al amor. Decimos: “this must be the place“.
Imagen: melisica.com
sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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