29 de diciembre de 2017.
El micro inicia su marcha mientras “Al lado del camino” marca el 0:10. Apenas la palabra.
Ojalá la vida nunca deje de sorprenderme con esto: el detalle, la refinación, lo íntimo, lo pequeño; esta bendita sincronía que me coloca siempre, y cada vez, en los lugares correctos.
Hasta luego, furiosa ciudad.

30 de diciembre de 2017.
Los perros descansan. Malibú, aún cachorra, remolonea sobre el césped a medio sol y media sombra.
En la captura no se oye el canto de los pájaros ni el secreto del viento, pero créeme cuando te digo que cada kilómetro recorrido confluye en momentos como éste. Y de repente todo encuentra sentido. Y de repente, la vida.

31 de diciembre de 2017.
Ven vendaval.
La cumbre siempre será el lugar en el que fui pájaro por vez primera.
Bajo la ventanilla y dejo que el viento impacte sobre el rostro. Lo hago casi como un ritual de purificación. Le pido al viento que arrase y solo deje lo necesario. No digo ni “bueno” ni “malo”, digo “necesario”. Confío en el viento.
Ya no recuerdo qué sonaba de fondo, pero me acuerdo de “Punto sin retorno”: Ven vendaval, ven, y barre mis papeles.
Lo repito hacia dentro como una oración que llena de azul los espacios de mi cuerpo.
La última vez que volé en La Cumbre, hacía menos de un mes que mi madre había abandonado su disfraz humano.
El viento y las alas, pájaro azul. El viento y las alas.
Un año entero de aprendizaje. Una vida.

1° de enero de 2018.
Azular.
Empezar el 2018 bailando bajo la lluvia de verano, con las sierras nocturnas como paisaje anexo. Empezarlo elevada en el aire sobre los hombros de dos desconocidos y cantando a viva voz.
A veces resulta difícil hacernos cargo de lo que la vida nos propone, pero si aceptamos el desafío, lo que sucede, lo que viene después puede ser hermoso.

Empezar el 2018 leyendo las últimas páginas de otro libro de Clarice. Fragmento de “Descubrimiento del mundo”: Lo inalcanzable es siempre azul.
Supongo que por eso el color de los mares y los pájaros siempre va conmigo, porque me hace ir, cada vez, un poco más lejos, llenándolo todo de vida en el camino.

2 de enero de 2018.
To break on through‘. Irrumpir a través de la máscara.

Ha sido un largo fin de semana de navegar hacia dentro, de dejar ir, de seguir duelando. Más allá de lo que afirman los textos terapéuticos, no estoy segura de que alguna vez termine.

Un largo fin de semana de comprar flores para el mausoleo de lo que fui y aceptar lo que la voz interior dicta, aquello que de alguna manera ya sé.
Me emociono con los mensajes sutiles que salen a mi encuentro. Lágrimas frente a la parroquia mientras “Año nuevo” se desliza en la intimidad de mis audífonos: Con vivos, muertos, brindando juntos / Por un año más (…)
Tener el coraje de encender el cerillo e incendiar viva a la que ya no soy. A la que lucha por contener el impulso de hacer hogar en otras latitudes. A la que sigue apilando excusa sobre excusa sobre excusa para lanzarse de lleno a la vida. ¿Antagónico, no? ¿Dejar morir para vivir? No. Dejar morir para revelar. Solo así será posible la transfiguración.
Intuición es caminar por un largo corredor con los ojos vendados, dejándome guiar por algo que pulsa y que, a la vez, desconozco. Aún no puedo ver el destino, pero confío en esa mano que toma la mía. Sigo hasta estar lista para quitar la venda de mis ojos, hasta estar lista para lo que pide ser revelado.
Mi deseo es esta luz, este espacio abierto.

4 de enero de 2018.
Dirijo la mirada hacia el cielo: las ramas me abrazan como si fueran mi madre.
El sol se abre espacio en este verdor que tiembla. Respiro hondamente, como si pudiera contener al mundo entero conmigo, bajo estas ramas, bajo la textura de estas hojas de parra.
Diálogo inventado:
Naturaleza madre. Naturaleza, madre. Te extraño, y sin embargo aquí estás, latiendo conmigo.

5 de enero de 2018.
Cantando a pesar de las llamas.
Aquí estoy. Después del incendio todo lo que queda son mis huesos y una canción que no abandona.
Así como este camino, me proyecto hacia delante y me dejo llevar por el viento en sincronía con la paja brava que danza sobre las lomas. La contemplación se ha vuelto una extensión de mí-misma.
Tres mujeres atraviesan “El cuadrado” de Córdoba. Nos une la sangre y lo que es más, la libertad de cruzar nuestra propia frontera. Familia es esto: escuchar la misma canción.
En este viaje todo crece. Todo es armonía y una profunda percepción de aprendizaje.
Este dejarme ser en la vulnerabilidad, este aprender la bondad de las pequeñas cosas, esta gracia instantánea de estar viva y habitar un cuerpo que canta y se mueve a través de la biografía y la geografía del mundo.
Te daré una escena para describir la sensación: llego a un destino anónimo y me desplomo de rodillas sobre el barro tal vez, con los brazos rendidos lado a lado. Doy un hondo suspiro de alivio, como si una gran carga hubiera sido levantada de mis hombros, como si finalmente estuviera en paz conmigo misma, sanando a través de los miedos, cantando a pesar de las llamas.

6 de enero de 2018.
Destino circular. Encontrarme finalmente con el texto de Carlos Fuentes del que hablaba Luisa Valenzuela en “Entrecruzamientos”. Cedo ante la sorpresa y el deslumbramiento: encontrarlo aquí, en este lugar del mundo, en un libro que habla del amor.
Que todo termine en donde todo comenzó. –Es hora de soltarte la mano, mi amor. Ya es hora. Gracias por acompañarme hasta aquí, pero en esta terminal en donde algunos llegan y otros se despiden, te dejo caer en los brazos del océano.
Y así dejo caer a la que era hace 2 años.
Después de Blau y septiembre nada volvió a ser lo que era.
Recuerdo la conversación con A.:
–¿Qué te merecés? ¿Quedarte con el olor a tinta o mancharte los dedos con ella?
Si tuviera que elegir de nuevo, volvería a atravesar el vértigo de amor para llegar a esta región de la ternura.
El amor de saber lo que merezco viaja aquí, conmigo.
Regreso a mi furiosa ciudad natal sumida en la quietud y la paz del pensamiento. Entregándome al discreto placer de la música, al aire de intimidad que desprenden las palabras que llegan en el momento preciso mientras algo se termina y algo comienza: entrecruzamientos.

sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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