4 de junio de 2016.
Sábado.
Salta me regala palabras:
«Los sueños tienen gente y uno, dormido, es como una casa que de golpe se llena de personas».
La casa de la poesía nos habla de amor y pájaros; mares, sierra, pampa y caminos.
La casona del molino nos habla de guitarras y el ardor de las leñas en un patio andaluz.
Tierra mía… Un hombre nos recibe con sabiduría abisal: El amor sabe esperar, el amor no es indecoroso. El amor de un padre y una madre nunca se termina – dice.
Café Mónaco a las 4 de la tarde. El movimiento de una ciudad que se despereza de la siesta y el otoño. Un artesano agradeciendo una sonrisa. «El nácar viene de las ostras de mar» – nos cuenta.
Pienso en el mar y cuanto me ha dado desde hace dos semanas. A veces siento que me crece el secreto de las ostras del mar entre los surcos de los labios, y se queda a habitarlos como un tesoro carmesí.
Aparece Julio a mitad del mediodía: «La palabra decídete en las paredes de las esperanzas». Los cronopios vienen a pintar de blanco la mesa circular en la que estuvo el café poco antes.
El círculo viene siendo algo importante en este momento de la vida.
Salta me regala palabras, y a pesar del otoño, mi árbol se llena de hojas.
«Siempre a contra-corriente» – decía mi padre refiriéndose a sí mismo.
Papá, te quiero.
Papá, te extraño.
Papá: quizás somos más parecidos de lo que pensábamos.
Llegará el invierno, pero dejaré palabras en Salta para que pueblen los árboles.
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