Y con el día de lluvia ha llegado la necesidad de perderme de vista. “He logrado incendiarme y aun así salir con vida” – dice Nuria Valiente; y así me siento.
Encendí las páginas de un libro para convertirme en cenizas, para escindir-me y entregar-me como un ritual: todo lo que nace de las manos es inequívoco, repito como un canto a una constelación aún no concebida.
Con la lluvia arribó la sensación de dejarme correr. Abriré la puerta, me disolveré en el aire y quizás termine en Niza escribiendo en un cuaderno que más tarde abandonaré en Valencia. Seré poesía: cada vez que alguien intente pronunciarme, me habré ido.
Ha llegado la incertidumbre para empañar mi rumbo, o en realidad nunca ha partido. La incertidumbre, esta incertidumbre que late, que escama, que quema por dentro me ha propulsado el corazón para no dejarlo quieto.
Ha arribado el abrazo del otoño a Buenos Aires, y el café, y la suavidad del algodón sobre mi piel; y sin embargo siento que las ciudades me susurran del otro lado del océano, contemplando, esperando que desenrede aquel verbo que sabe seducir, el verbo que incita el fuego, el verbo que sabe ser pálpito voraz:
VEN.

Imagen: Pinterest

sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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