Hoy me siento a hablar conmigo del silencio. El silencio como un grito nulo en el medio del desierto; o cuando callamos lo que sentimos como una forma de auto-preservación. Y me pregunto: ¿preservación de qué? ¿de qué nos preservamos cuando decidimos callar lo que sentimos?
Ayer el cine, una vez más como tantas otras, me hizo entender que hay voces que no se pueden silenciar, y que las consecuencias de silenciar lo que sentimos pueden resultar aún más punzantes que exteriorizar lo que queremos.
Yo quiero. Quiero viajar. Quiero escribir. Quiero seguir sintiendo; que las palabras me atraviesen. Quiero resucitar la poesía y las cartas en tinta y papel. Quiero romance con las ciudades y diálogos de amor con la historia que aflora de los ríos: el Sena me cuenta historias de amor a sus orillas en los años ’30; el Danubio me susurra su secreto para hacer nacer partituras eternas – guárdalo como un tesoro – me dice, habilitándome un silencio.
Pero sentir, querer y decir no siempre están alineados. El silencio muchas veces se roba el papel protagonista, y terminamos callando lo que sentimos y perdiendo(nos) lo que queremos.
Entonces, si el hogar es un sentimiento, como dice Cecelia Ahern, qué mejor que abrir las ventanas y dejar entrar la luz… Y si tiene que haber silencio, que sea porque las palabras son reemplazadas por un beso que sepa decir lo que callamos, o por un abrazo de esos que nos hacen sentir que todavía estamos presentes en el presente y no nos disolvimos en moléculas
Si el hogar es un sentimiento, entonces que emane música por los rincones; que respire naturaleza sin tabúes; que el amor y el sexo puedan convivir, o si pelean, que puedan reconciliarse entre las sábanas.
Si el hogar es un sentimiento, entonces que no reconozca coordenadas y las longitudes se apliquen sólo como intento de unidad de medición: formemos una escala de intensidad de la Torre Eiffel al Coliseo; una escala de belleza que inicie en Capri, y confluya en el amanecer del otoño de Madrid.
***
El hogar fue un sentimiento con él, y con él, y con vos; duró lo que tenía que durar y aún así fue un sentimiento. 
Volver a verte siempre se sintió como llegar a casa: cómoda en mi propia piel, componiendo poemas porque sí; habitándome cada rincón de forma natural. 
Estar con vos fue testimonio de que estar conmigo no es una experiencia de mi exclusividad; que podían pasar horas y nosotros seguiríamos manteniendo la postura de que el reloj es un invento; que la mejor ambientación es una buena conversación, aunque que a veces las palabras se reemplacen por miradas.
Y sí, creo que después de todo el hogar es en dónde está mi corazón: conmigo, con vos, o en cualquier rincón del mundo… dónde sea que el corazón tenga el privilegio de sentir.

***
And I built a home
for you
for me

Until it disappeared
from me
from you
But I’ve got high hopes, it takes me back to when we started
High hopes, when you let it go, go out and start again
High hopes, when it all comes to an end
But the world keeps spinning around

sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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