Hoy mi cuaderno digital vuelve a llamarme. Creo que necesitábamos estar separados durante algunos días para extrañarnos. Es que a veces podemos llegar a entreverarnos demasiado, completándonos las frases, espejando las sonrisas.
Necesitábamos distancia para recobrar independencia; para poder sentir des-adheridos el uno del otro. ¿Será porque el invierno tiene un efecto introspectivo que desconocía hasta este julio?; ¿o quizá será que la nostalgia de convivir conmigo misma, sin susurrarle sensaciones, al fin tocó a mi puerta?
Después de tantos meses de intensidad entre nosotros; después de los sismos, los huracanes y mi yo-lluviosa; después de los destellos de sol aunados para bañar el contorno de mis ojos con intenciones anti-rage; después del temporal, las confesiones intemperie, los poemas de amor, los versos que destilan erotismo; después de los destellos de sombra para bañar mi silueta con intenciones anti-fake… después de todo, nos volvimos a encontrar.
Y es probable que, en algún otro momento, volvamos a estirar nuestra distancia, porque es un proceso natural. Tomar su mano, sostenerla, medir su peso en relación a cuánto abarca de la mía; sentir su textura, palpar los años que pasaron por sus palmas; entender que el grosor de sus falanges puede tomarme mejor de la cintura; saber que las yemas de sus dedos se adaptan a los surcos de mis labios en perfecta sincronía, traduciendo oraciones de viento y arena, dibujando una tormenta de palabras.
Así, entre fenómenos naturales y entre líneas; así, lejos, y cerca, y más cerca, hasta que luego, lejos de nuevo… así estamos: como pinceladas que se des-dicen, por el puro placer de dejarse llevar.