Me urgen las palabras. Esta noche.
Esta noche me urgen las palabras que no fueron. Me urgen las palabras que no fueron y las que volvieron a ser: tal vez, quizás, no sé

Esta noche me urgen las palabras que me quedan por decirte, las ganas de contarte al oído que para mí sería un absoluto placer poder exiliarte, pero no puedo. Porque esta noche siento que puedo renunciar a todo excepto a tu mirada de niño y a tus manías de hombre. Me urgen las palabras: me cuesta renunciarte.
Y en mi memoria: controles sin pilas, silenciadores estruendo que fallan al target. 
Mis palabras se sientan conmigo a tomar la merienda. Y charlan. Me cuentan que desde vos ya no saben bien su nombre y han perdido su idioma certeza. Me hablan de su ineptitud para afrontar tu entereza, tu coraza coliseo. Confiesan que les gustaría drenarle el amor a borbotones a tus palabras silencio. Conspiran en contra de sí mismas, volviéndose difusas, transformándose en sintonía errante.
Me urgen las palabras de tu boca. Palabras que se atascan por el miedo. Palabras que veo espejadas en tus ojos Mar Negro, mi océano de gloria, y deleite de mi cosmos.

No tengo más adicciones que el café con leche de-tanto-en-tanto, el té canela de luna menguante, y las sonrisas de estación. No, miento (o mienten mis palabras); en realidad, debería sumar un ítem más a la lista: vos; o quizás dos: con-vos, sin-vos; o tres: esta sintonía errante que nos deja mal parados en algún rincón del Hertz.

Y es que me urgen las palabras, sismo. Me urgen porque no llegan y estoy a la deriva. Me urgen porque no son, no reaccionan, no respiran (y bien sabés que la muerte es tema aparte en esta mesa). Me urgen Hiroshima, implosionando mis sentidos. Me urgen en cadena, en efecto dominó, alterando mis esquemas origami, de pliegues perfectos y líneas refinadas.
Y así estamos: yo correcta, yo centrada, yo afinada – VOS – perdida yo, extasiada yo, insaciable yo. Yo postguerra; mi equilibrio en peligro de extinción. 
Y es que me urgen las palabras, sismo; me urgen porque callan.

sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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