“Sólo el latido al unísono del sexo y del corazón puede crear el éxtasis.”
Anaïs Nin

Empecé a pensar en sismo una tarde de invierno, ¿o era otoño? ¿o quizás primavera? No recuerdo, sólo se que pretendí negarlo, prentendí negarme; intenté la auto censura mientras sonaba la canción que copio arriba.
[Alguna vez creí estar enamorada. Fueron temporadas de virginidades olvidadas en la esquina, estaciones de espalda épica y altura cósmica, de consuelo para el duelo en formato de caricias transgresoras. Pero eso es otra historia. El chico que rentó casi 8 años de mi vida se mudó a la ciudad de los recuerdos solubles.]
Empecé a sentir a Sismo por debajo de la piel una tarde de invierno, o de otoño, o primavera tal vez. Las risas se prendieron de mi tez cual sanguijuelas, despejándome las dudas. Ya no más antagonismo de ser niña y ser mujer. El temblor me despertó la inercia, me sacudió con la frescura de la infancia y la complicidad de un nuevo continente; con porciones de miradas prófugas y ansias de escaparle a lo correcto. ¿Y quién decreta lo correcto y lo incorrecto? ¿Y cuáles son las reglas de este juego? ¿Qué será este bullicio de polos no opuestos y caminos inminentes?

Debe ser:

Un partido de devoluciones absolutas.
Un trance de orgullos.
Un desglose de azúcar-cafeína.

Algo así como:

Una palma de miradas inocentes
y un estruendo de reacción adolescente.
El juego. La piel en las pupilas.

Porque:

En la mesa seducción
todo se vale.
El grito inmóvil del deseo que se pierde hasta en la voz.
Las canciones que barajan confesiones.
La ebullición, plena, certera y con punta de alfiler.

Y Sismo:

la química ha ingresado al manicomio,
y me ha mutado a objeto de artimañas.
No sé que hacer con vos.

Bajo tu lupa soy un ángel, 
y sin embargo…
me (re)conozco tan distante
de la pureza de tus sábanas.

Así:

Como las olas y la arena, somos.
Yo me acerco y arremeto, vos inerte.
Te carcomo las orillas, alboroto tu tamiz, dejo huellas.
Juntos nos volvemos naturales,
y revolvemos las raíces de la esencia:
mitad niños, mitad crecidos de responsabilidades.

Entonces:

¿Qué es esta tómbola en el pecho?
Este no me mires, no me toques.
Este mejor sí; no, mejor no.
Sí, mejor todo.

Decirle no al corrector de ortografía,
a los dictados;
a los cuadernos con biromes de colores.
Aceptar los garabatos.
El póker, los excesos.
El humo del habano.
La mezcla bombástica de alcoholes congelados.
La tentación chocolate de nuestras noches desvelo,
la concepción de nuestros sexos.

…Bajarse el temor,
subir la montaña.
El que no arriesga


Yo según vos:


Yo según yo:
sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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