Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos.
Fernando Pessoa
[…] Los paisajes ibéricos destilaban intensidad bélica. Al parecer, el verde y el marrón habían decidido librar batalla, y no nos habíamos enterado. En nuestro micro abundaba la música, pero no las noticias de último momento. Fue uno de esos viajes de carretera en los que uno pierde la noción del tiempo, las horas se amasan sobre sí mismas y los kilómetros se proyectan con tendencia infinita.
El fallo del guía había anunciado que sólo teníamos 3 hs. en Zaragoza. ¡Tanto para ver y tan poco tiempo!
Nos recibió el perfil del Ayuntamiento, con una imponente cara de ladrillo y una sucesión de cicatrices en forma de ventanas de hierro. Una tras otra iban pisándose los talones, envidiosas, apresuradas (como nosotras).
Al final de esa breve y amplia calle nos esperaba la Plaza del Pilar: hacia la izquierda espacio, hacia la derecha más espacio.
Decidimos empezar por la Catedral-Basílica Nuestra Señora del Pilar, que con sus cúpulas y su inmensidad supo conquistarnos instantáneamente. Fue seducción a primera vista.
Primera etapa: ¡completa! Sigamos.
Enfilamos hacia la Catedral del Salvador de Zaragoza, pero antes de alcanzarla nuestro instinto nos desvió hacia los negocios de comida. Se acercaba un horario clave: “Almuerzo en Zaragoza” (¡cuántas zetas!)… Todo en esa frase sonaba bien.
Luego de nuestra segunda parada, el sol nos anunció que el reloj seguía corriendo, por el contrario de lo que creíamos. Nos mezclamos entre la gente. Faroles, balcones, más faroles, más balcones, un vendedor de globos de colores, más faroles (Oh la la!). Con un cono de helado en mis manos (muy a lo Comer, Rezar & Amar) me tomé el tiempo que restaba para devorar la ciudad con mi mirada.
Atrás había quedado mi enamoramiento efímero por la Catedral, esto era lo que buscaba. La gente, el acento, las señales, el ritmo de las pisadas en el asfalto, el color del atardecer rebotando en las ventanas. ¿Acaso Zaragoza había decidido enamorarme? Me gusta pensar que sí.
Hoy, casi dos años después, recuerdo Zaragoza como si fuera ayer. Sus particularidades impregnaron mi retina, sellaron mi pasión por los pequeños momentos, y sirvieron de adelanto para lo que sería la llegada a la ciudad que me arrebató como un viento huracanado: Madrid.
Foto-crónicas de una Argentina enamorada de París que alguna vez visitó Zaragoza
(alias “Sol & su obsesión con los faroles”)

PH: Sol Iametti
sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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