“El encuentro de dos personas es como el contacto de dos sustancias químicas: si hay alguna reacción, ambas se transforman.”
– Carl Gustav Jung

Hoy vamos a hablar de la magia de reconocernos en el otro (sabiendo que con esto abro un juego que podría prolongarse por sets indefinidos)… 
Hace unos días tuve la oportunidad de ver la última entrega cinematográfica de Shia LaBeouf junto a la maravillosa Evan Rachel Wood, proyectada en Sundance y dirigida por Fredrik Bond. Esta pequeña joya de 108 minutos hace su introducción con un encanto visual único, invitándonos a formar parte de un plano surrealista en el que el amor, la muerte y todas las emociones implícitas en ambos, se transforman en pilares ilusorios, sólo para luego disolverse de manera envolvente y analógica.
Con una exquisita lista de soundtracks que incluyen a Moby, The XX y M83, Charlie Countryman sale a nuestro encuentro, de una forma implacable, sagaz y determinada. El film se presenta como Charlie se le presenta a Gabi: con pausas hermosas y catapultando las ganas de sentirse y saberse enamorado. 
Charlie viaja a Bucarest bajo una promesa post-mortem que entabla con su madre (plasmando una escena sublimemente emotiva e invitándonos a ser parte de su compás místico). Es así como en el avión de ida conoce a Victor Ibanescu, un rumano carismático y sabio que le da un curso acelerado de grandes amores, y le confiesa que tiene un regalo para su hija que lo espera de regreso en su país natal. Este reencuentro nunca se concreta debido a la partida repentina de Victor, tras la cuál nuestro protagonista asume un nuevo compromiso: hacer entrega del regalo.
Es justamente en este punto en que la lectura de la película se bifurca en dos encuentros: primero, el de Charlie y Victor, sintético e irreversiblemente transformador; y en segunda instancia, el de Charlie y Gabi (que no es más que una consecuencia del primero).
Desde la primera vez que logran percibirse el uno al otro, Charlie y Gabi tienen el revoltoso presentimiento de que ya nada volverá a ser lo mismo. Es así como entre miradas con acentos de complicidad y silencios casi cósmicos, ambos personajes nos venden una potencial historia de amor (potenciada también gracias a su talento en pantalla) que simplemente funciona.
Podemos percibir que éste es el encuentro de dos personas con distinto bagaje cultural, distintos entornos y una colección de escenarios bien diferentes; pero a la vez se trata del encuentro de dos actualidades gemelas (no almas, actualidades), y es éste el punto fuerte de la historia, porque es ahí donde se acomoda el argumento. 
Es ahí donde nosotros como espectadores nos volvemos testigos adredes (y gustosos) de dos “micro-realidades” heridas que componen inteligentemente una macro-realidad esperanzada.
“El arte es una pausa, un encuentro de sensibilidades.”
– Doménico Cieri Estrada

A partir de una cuidadosa interpretación de los recuerdos, el film sube la apuesta y se muestra afable y conquistador para que el espectador respire la misma energía de confort y consuelo de la que se retroalimentan los protagonistas, gestando una empatía emocional que más tarde evoluciona en magnetismo.

Todo ello sólo para preparar el terreno e inmiscuir sutilmente una intimidad tardía, complementaria, despojada del peso de ser la pieza central de la historia de amor, pero lo suficientemente liberadora como para impulsar la confesión que sellaría la simbiosis de Gabi y Charlie: “Mi mamá murió antes de que viniera aquí”.

Este reconocimiento decanta en un pacto silencioso de amor único y especial, un entendimiento de dos vértices, que más que vértices son sinónimos, un acuerdo que habría durado de no ser por la erupción e irrupción del violento (ex)esposo de Gabi,Nigel, interpretado por Mads Mikkelsen.
Entonces, Nigel presiona a Gabi, Gabi regresa con Nigel, y Charlie queda solo, cubriendo la guardia de su realidad afligida.
Pero aún así, decide no renunciar a su sentimiento-presentimiento y baraja las cartas de su destino (siendo consciente de que las probabilidades no están a su favor) para intentar recuperarla, y recuperarse, aunque pueda costarle la vida.

Suele suceder que en los momentos en los que nos sentimos más perdidos, podemos encontrar (sí, así, encontrar, como un verbo divorciado de adjetivos y sustantivos), aunque ni siquiera hayamos estado buscando.  
Porque lo importante no es buscar, es saber detectar cuando encontramos algo que vale la pena.

“Yo no busco; yo encuentro.”
– Pablo Picasso
sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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