Día 4.
¿Cómo traducir la melodía del viento o la tonalidad del cielo?
Desperté con los vestigios de un sueño entre los brazos, sosteniéndolo como un niño pequeño que acababa de rescatar del mar. El sueño hizo sus mejores intentos por aferrarse a la vida pero se me fue de los brazos, de la memoria.
Sólo recuerdo que en el sueño buscaba una llave.
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Ya en el cuarto de baño, refresco mi cara y se abren mis sentidos.
Ritual: crema humectante, esencia de rosas. El viento sopla como un idioma pagano. Miro por la ventana y el cielo parece gris. Cierro los ojos y expando la crema a través de mis pómulos pasando luego, con extrema delicadeza, por el tercer ojo.
Vuelvo a mirar el cielo y pienso en París. Los días nublados siempre recuerdo a París, no como un niño etéreo que viene del mar, sino contundente, como un hombre que aparece por la espalda escribiéndome un poema en los omóplatos, posando su mentón en el ángulo entre mi hombro y mi cuello y entregándome un suspiro.
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Domingo de octubre de 2014. Llovizna en París. Estoy en el ático de Shakespeare & Co. con mi hermana y otras doce mujeres. Escuchamos a una escritora galesa -de unos 60 años de edad- recitar poemas de Walt Whitman.
Desde entonces, los días grises de lluvia me recuerdan a ese instante en el que el margen entre sueño y realidad se hizo difuso.
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Domingo 5 de febrero, 3 años después. Suena Nick Drake. Escucho el viento ingresar por la ventana como una música encriptada.
Escribo.
Cierro los ojos para marcar un silencio a mitad de partitura. Recuerso a S. decir: los silencios también se leen.
Sonrío.
Abro los ojos.
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Los silencios también se leen, cualquier día, desde cualquier lugar.
Fresas. Fresas. Fresas.
¿Cómo se retrata el alma del viento?
Febrero.
Día gris de “Pink Moon” y esencia de rosas.
Sigo con vida.
“Je suis vivante“.