Existe una forma única de inventar una puerta de emergencia: leer. Cada vez que necesito volver a mí, intento buscar el paréntesis, el rincón cercano, el gesto de amor hacia mí misma.

Lo había olvidado. Perdida en las tareas laborales, los plazos de entrega, las videollamadas y la urgencia ajena, dejé de conectar con el goce de la lectura.

Hace unos años era un ritual: todas las mañanas, después de un estiramiento y una ducha, me esperaba un mate humeante y una taza de avena con granola. Abrir el libro era más que sentarme a leer, era una manera de conectar con el pequeño dios de la creación. Las palabras brotaban de las páginas y surgía una necesidad voraz de apuntar en mi cuaderno aquellos términos que captaban mi atención para luego transformarlos en algo más, una entrada del diario que fotografiara narrativamente el presente. Poco a poco, fui elaborando un vocabulario íntimo, como lo hacía cuando cursaba las clases de inglés. ¿Cuáles son las palabras que desconozco? ¿Qué sinónimos podría indagar a partir de ellas? ¿Cómo podría nombrar lo que vivo de un modo diferente?

En estos últimos meses, el faro se hizo evidente. Apareció el anhelo de remendar el gesto, de recuperarme. No lo podría atribuirlo a un solo texto, sino más bien a una recopilación de fragmentos, citas y obras literarias que llegaron a mí para volver a despertar el hambre.

Una de ellas fue esta columna de María Sánchez que aborda uno de los temas que vienen convocándome recientemente:

El gesto de la fotógrafa era, para mí, una declaración de intenciones. Retratar lo que nadie mira, remendar el gesto, dejar que la luz acaricie aquellos lugares y rostros que no se alumbran. Si pude ver esta exposición fue porque una amiga me llevó hasta allá, insistió, me cogió de la mano; me regaló, sin darse cuenta, otra forma de mirar y estar en el mundo. (…)

Esa imagen de la camelia en agua fue un pellizco porque se me apareció como el plato de higos chumbos fresquitos que me dejaba mi abuela cada verano en la mesa de la cocina, donde a veces me ponía a escribir mientras ella seguía entre cazuelas y platos. Se me apareció como el café recién hecho que me trae él cuando la lista de pendientes se desborda, y comienzo a resoplar y a molestarme por cualquier tontería sin sentido. Como los botes de pisto que mi madre esconde en el equipaje cada vez que toca marcharme de nuevo.

¿Cuánto cuidados y gestos hay detrás de cada obra artística? ¿Qué hace posible el acto de creación? ¿Quién elige la belleza? Estas cuestiones saltan en mí, sin remedio, al escuchar esa cantinela de que la escritura es un acto tremendamente solitario. Tal vez se entendería mejor si os contara que esta columna se hizo mientras una amiga me regalaba un piropo cuando más lo necesitaba en un mensaje de voz, mi madre cocinaba para que yo solo tuviera que sentarme a escribir, y en esta mesa en la que aún sigo hay un puñado de almendras fritas y un ramito de poleo fresco que me hace compañía.

Cuánto nos queda por descubrir detrás del marco. Las decisiones que no se pudieron tomar, los vínculos y afectos que se pusieron por delante, los lazos y los cuidados sin remedio, la desigualdad y el silencio nunca elegidos. Estar, tener la voz, ocupar un espacio, llegar a tiempo. Una pregunta siempre a trasluz: ¿de quién sería esa historia si hubiera podido sentarse a contarla? La flor respira, también nos habla: si sigue viva hoy, si sucede otra imagen, otro poema, es porque simplemente hubo alguien que se preocupó de cuidar y cambiar el agua.

Retratar lo que nadie mira. Como una flâneuse, intervenir en el espacio, en la idea, en el texto. Convertirse en una espectadora activa, una ensayista del espacio que al nombrarlo lo transforma en algo más.

Remendar el gesto de la lectura, de la escritura, de ir hacia la vida. Remendar el deseo, el placer. Recuperar(me).


Fuente del extracto de María Sánchez: https://www.lavanguardia.com/comer/opinion/20240807/9855680/sola-flor-opinion-maria-sanchez.html

Imagen: Pinterest

sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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