Habitar el cuerpo, dejarse invadir por la sensación de estar.
Cierro los ojos y escucho la canción de Lisandro, una y otra vez. Es poderosa. Escucharlo me transforma en un mar suave que se mece de un lado a otro.
Recuerdo, entonces, en medio de la transfiguración, un texto que leí hace unos años, sobre la música y la memoria. Así es como, en el intento de convertir al blog en un cuaderno de notas e inspiración, una verdadera Casa de los Días, busco aquella lectura y la vinculo con esta versión de Los niños del amanecer que me parece preciosa.
La comparto como un libro abierto, un paisaje que aparece de repente en el centro del día y lo modifica todo.
Deseo que lo disfruten:
Music, when soft voices die, vibrates in the memory.
Percy Bysshe Shelley
¿Por que nos gusta tanto cierta música? La respuesta está en que vibra en la mente. Hay una música que después de escuchada se vuelve la vibración que se inscribe en la mente, la música misma y la memoria de lo que vivimos cuando escuchamos la música; la música inscribe la memoria y la exalta, la dota de una intensidad que supera la realidad ordinaria. Así la música es una poderosa forma de inscribir memoria, de hacerla ritmo y reverberación: intensidades revividas, momentos elegidos como joyas. Cierta música es estalactita de neuronas. Y, también, como dice el poeta Shelley, hay una música de los recuerdos —pueden ser recuerdos silenciosos, recuerdos queridos, que la luz de la mente dota de cierta música. Y es que, como ya dijimos, la música es una forma de elevar los recuerdos, de hacerlos más reales que la discontinuidad de fragmentos ordinarios que conforman la existencia.
El poeta Rumi va más allá y dice que la música es un recuerdo del paraíso, o un recuerdo de las melodías que escuchamos en el paraíso. Hay una música debajo de toda música. Como si los cantos que escuchamos –esta o esta otra canción– fueran siempre la sombra de un coro angelical, de las armonías que forman las estrellas en sus órbitas que son los biorritmos de nuestro espíritu, o como si el silencio expansivo, como el que atisbamos cuando meditamos o salimos al campo, estuviera habitado por los sonidos del Árbol de la Sabiduría, que primero se estremece hoy con el viento del Sol que lleva la conciencia. La música es memoria de nuestra existencia
Como todos somos miembros de Adán,
Hemos oído estas melodías en el Paraíso;
Aunque la tierra y el agua hayan echado su velo sobre nosotros,
Guardamos vagas reminiscencias de aquellos cantos celestiales.
Pero mientras estamos así envueltos por velos terrenales,
¿Cómo pueden llegar hasta nosotros esos tonos de las esferas bailando?
Dice Rumi también que en nuestros movimientos —como esos giros de derviches extáticos— estamos de alguna manera reproduciendo los giros de las esferas, circuitos primordiales de la energía en el espacio y en todos nuestros cantos repetimos el canto de los planetas que cantan a su estrella como los profetas cantan a su dios o los amantes a su amada. Todo puede verse como un enorme círculo dentro de otro círculo y así hasta el infinito en una vibración concéntrica, el sonido del oro de anillos enlazados como vesicas piscis, la galaxia como una estructura de ruedas, como el carro que vio el profeta…
El Sol entona su antigua canción
Junto con el son de sus hermanas esferas
Su curso prescrito corre en tracción
Estruendosa por las diferentes eras.
(Arcángel Rafael, Goethe, Fausto)
En las estrellas nos acordamos; en los planetas olvidamos.
(Eliphas Lévi)
Fuente: https://pijamasurf.com/2016/08/musica_la_respuesta_esta_en_la_memoria/
Imagen: https://www.nadiasarwar.com/scapes#4
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