En mis últimas experiencias cinematográficas he notado una aparente necesidad de contar una historia en dirección al amor romántico.

Argumentos y sinopsis atractivas en una primera instancia, terminaron por (sobre)dirigir sus esfuerzos hacia el popular y todopoderoso “final feliz”, alejándose de aquello que anunciaba ser el centro original del relato.

Los dos casos en los que viví esta experiencia son “Meet cute” (2022) y “Érase una vez un genio” (del mismo año); películas que comencé a ver con cierto entusiasmo y que terminaron por dejar una sensación agridulce.

En el primer caso, el trailer de “Meet cute” plantea la conocida historia “chica conoce a chico”, con la particularidad que, en esta historia, ella encuentra una máquina del tiempo para volver a revivir una y otra vez la noche en que se conocieron. Un argumento que llamó mi atención porque (especialmente en el trailer) pareciera contener escenas de humor negro, además de diálogos y fotogramas característicos del cine indie que tanto amé durante mi adolescencia. Por otro lado, no pude evitar resistirme a Nueva York y el encanto fílmico que emana esa ciudad cuando se trata de dos extraños recorriendo azarosamente la vida nocturna.

Para mi sorpresa, el desarrollo de la historia entre Sheila (Kaley Cuoco) y Gary (Pete Davidson) fue decayendo progresivamente, volviéndose repetitivo e insistente en términos del recurso temporal, y desempeñando un desenlace forzado y desafortunado.

Uno de los temas que surgen, como ser el estado de depresión y desesperanza (que podría haber sido explorado desde una perspectiva muchísimo más interesante) termina siendo remediado con la curita del amor romántico y el clásico héroe montado en su caballo blanco, bajo el argumento aparente de que solo el amor de aquella persona con la que insistimos estar (a pesar de toda contraria señal) podrá salvarnos.

Algo positivo: la creatividad en las distintas líneas temporales que propone la película (que si bien resulta repetitivo hacia el final, en los primeros intentos hace su magia), las notas de humor y el carisma de Pete Davidson.

 

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Por su lado, “Érase una vez un genio”, protagonizada por la maravillosa Tilda Swinton e Idris Elba, parecía una excelente propuesta para una noche a mitad de semana.

La sinopsis anunciaba: “Mientras asiste a una conferencia en Estambul, la doctora Binnie se encuentra con un genio que le ofrece tres deseos a cambio de libertad.” Estambul, imaginación, Tilda Swinton… Es un “sí”, me dije.

Idris Elba, quien da cuerpo al genio, resultó magnético a la hora de narrar las micro historias que forman parte de la gran historia. Como piezas de un rompecabezas, las vi desfilar a través de la pantalla con efectos visuales infalibles y la voz de Elba en off guiándonos en su propio viaje a través del tiempo. Swinton, su acento tan de ella, su estilo tan personal y su talento también emergen de la pantalla y nos extienden la mano para hacernos parte.

Sin embargo, un desarrollo que podría haber sido efectivo y sostener su foco en temas como el aislamiento, la conexión, el deseo y la forma en que las historias sirven para acortar la distancia entre nosotros y el mundo, se transforma en un relato sobre los sacrificios que hacemos por amor.

¿La libertad de uno es el sacrificio del otro? ¿Qué sucede cuando nuestro deseo supone la pérdida de discernimiento de lo que es más saludable, tanto para mí como para el otro?

Supongo que la idea y el concepto de libertad es tan amplio como la cantidad de personas que existen, y si bien la película dejó múltiples reflexiones a su paso, la falta de fuerza y consolidación que sentí hacia el final de la película fue como un volantazo inesperado.

Algo positivo: A diferencia de “Meet cute”, esta película resulta satisfactoria hasta, al menos, tres cuartos de camino. Debo admitir que la genialidad de Idris Elba, tanto para hacer uso del tono de su voz como su cadencia para contar cada relato, hizo que me perdiera por completo en cada una de las historias. Me sentí como una niña hechizada por la destreza de un cuentacuentos.

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Una película que sí

“Alguien, en algún lugar” (2019), de Cédric Klapisch, es un gran ejemplo de cómo no fallar en el intento de narrar una historia sobre dos extraños y la oportunidad de conocerse.

Temas como el psicoanálisis, la diversidad de las relaciones humanas, el capitalismo, la autoexigencia y la exploración de uno mismo van siendo dosificados de manera perfecta. No hubo un minuto en el que no estuviera atenta a la pantalla y al desarrollo de la historia.

Además, París suena de fondo constantemente, mostrando su rostro cotidiano, menos idílico pero igual de interesante (como solo Klapisch sabe mostrarlo).

Las actuaciones son impecables y el final se siente más cercano a la vida real, a años luz de las ficciones de Hollywood. Sin necesidad de efectos visuales ostentosos ni viajes en el tiempo, una va entrando en la historia como si entrara al mar: al principio es solo un ritmo, una orilla; luego, algo que avanza hasta llevarnos con él.

¿Qué es un encuentro verdadero? Esta película podría intuir, quizás, algún tipo de respuesta.

 

 

sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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