1 de abril de 2018. Montevideo.
La delicadeza de los escombros. La belleza de lo que se derrumba.
El comienzo de abril: los pájaros, la casa, el cielo que no sabe; el horizonte y el río que es mar, y es todo; una canción sin pausa, un sueño, la distensión de lo propio, la modificación de lo ajeno.
Este animal del detalle que lo observa todo y me habita.
2 de abril de 2018. Montevideo.
En La Casa de Chiche todo es poesía. Dormimos sobre la niñez mientras el viento rompía en remolinos contra el cristal, mientras la pérdida del cuerpo rompía a raudales mi llanto.
3 de abril de 2018. Montevideo.
Mirada de pájaro. La hiedra de la poesía. La rareza de lo que nos une.
8 de abril de 2018. Buenos Aires.
La lluvia. “Algún día, toda la ciudad, mi ciudad, será así; algún día serán así todas las ciudades.” (Aldo Sessa). Otro paisaje. Ser vegetación nocturna.
9 de abril de 2018.
Como una luciérnaga furiosa me elevo en la noche Azul Berlín que abarca mi habitación. La supervivencia de la luciérnaga consiste en trazar un recorrido hábil dentro de su propio cuerpo. Echar luz sobre su propia sombra; sobre lo hondo lo que mana lo transcurre del otro lado de sí. Puede ser con cualquier palabra o idioma. “Entrega” o “l’amour irréversible” servirían para contar la historia. También serían útiles los 9 crímenes de Damien o la mañana robada de Jeff, que prende y apaga prende y apaga prende y apaga, enciende. “A place where we can save / A heart“. Un refugio.
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Estoy segura que el día que puse nombre a mi herida nacía un niño, los mares temblaban de silencio, moría una mariposa pero también una crisálida. El día que te mostré la herida.
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Hace tres noches soñé que amamantaba a dos miniaturas de mí misma al mismo tiempo. Les cuidaba como si fueran mis hijas. Las sostenía como un tesoro olvidado.
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Cae la noche a ciegas sobre el patio, los cuadernos y los libros de segunda mano. Olvidé lo que quería escribir. Quizás algo elocuente, mientras el té de jengibre se enfría sobre la mesa y en algún lugar del mundo se fecunda un óvulo, el silencio tiñe los mares, desaparece una crisálida y nace una mariposa; mientras una mujer le muestra su herida a un hombre y algo muere y desnuda.
10 de abril de 2018. Otoño.
Sosténme. Y si acaso me dejas caer que sea sobre tu cuerpo, ese cadáver exquisito de paisaje y relatos salvajes; esa noche que arrastra y magnetiza. Estoy segura que cuando lo hagas ya nada volverá a ser lo mismo. Déjame perder(me) para sentir por primera vez lo que significa vivir más allá de mí misma. Sobrevivir(me): entrar en tu sombra, que también es la mía.
10 de abril de 2018. La noche. La música.
Sentí mi pulso. Vislumbré a mi hija. Recordé a mi madre. Descifré el señuelo.
11 de abril de 2018. Canción de Buenos Aires.
6 años me separan de la que pisó Europa por primera vez. Hoy mi cuerpo es un pueblo entero. Puedo anticipar la despedida sin rencor, aunque aún no existan planes concretos.
Mi marco móvil dibuja, esta vez, una nostalgia feliz mientras una mujer carga un cuaderno azul entre sus manos como si fuera un tesoro, el último ticket de embarque o una última oportunidad para decir “me importás”. Ya no hay cuentas pendientes. Nos abarca la paz: inundación de lo que sobra. El àgua arrastrará los excesos. Permanecerá lo genuino.
Hoy el olvido es solo una palabra. Adonde sea que vaya llevaré el arrabal y este intento poético de dialogar con el mundo.
Importante es entender que no existen ciudades azules sino que el azul va conmigo, al igual que el amor. “To be blue rather than to feel blue“; la diferencia entre sentirse azul y ser azul. Las ciudades devuelven el reflejo de lo que soy: lejanía, augurio. Antes de mí está el yo-misma.
Renacer de la laguna de mi propia sombra. Renacer con la poesía en la boca, siempre.
17 de abril de 2018. Mañana fresca.
– Nunca desistir del dócil ejercicio de la relectura.
– La sensación incierta de estar tremendamente viva.
– Nacida para contar historias.
18 de abril de 2018.
Quiero poder atravesar el miedo a ser yo-misma.
20 de abril de 2018.
La práctica supera a la teoría: cada vez que probé la libertad en mí-misma todo fue mucho mejor de lo que esperaba. Parece no haber fronteras cuando accedo a mi verdadera yo y la dejo suelta.
Imagen: Muestra de “Alberto Goldenstein: La materia entre los bordes”.
Museo de Arte Moderno de Buenos Aires.
sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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