Se han ido las ganas de huir y de perderme los trenes. Se ha caído la valla y el calor de mis manos ha disuelto los muros de hielo y de cal alrededor.
Ayer por la noche se ha encendido el corazón y se derramaron los mares por encima de mi pecho. Lentamente me convierto en una mujer hecha de agua, hecha de tinta, hecha de voz; una mujer hecha de amor.
Amor, te envío amor donde sea que estés. Sin prejuicios, ni pretextos, ni agonía. Abro las manos, me suelto y doy gracias por las olas, la muerte y los pétalos de sal. Doy gracias por el barro, las huellas y los mirlos que han venido a visitarme entre diciembre y enero. Doy gracias por los vuelos de papel y las venas del país que me ha visto nacer.
Doy gracias por las casas: los cuadernos, la música, la leche y el café, los jazmines, el viento, la tinta, la poesía y el amor. Doy gracias por los besos y las ventanas que me han visto amanecer.
Te escribo deslumbrada por tanta gratitud que ha venido a buscarme para traerme a la vida. Te escribo clonando palabras de otras bocas y otros dedos; releyendo las palabras de la hija de hace tres años atrás. Te escribo entre mariposas y sueños con serpientes; reposando en el eco de un lobo suelto, largos sueños en rapto, y notas azules que caen…
“Y esto es así, música para mí.”
Para mí.
Para mí…
Que la vida se parece a la música.
Una mujer hecha de música. Una mujer hecha de amor. Amor, te envío amor, sin pretensiones. Amor simple, que se desprende del cuerpo y se trepa al aire frío de mayo para llegar hasta vos. Y sé que nos pasamos de momento y ocasión… Pero aun así… Aun así, me abro al medio como tierra que se parte luego del temblor y desde el núcleo…
Te envío amor.
Imagen vía flickr.com/photos/annaoblivion