“Cinco minutos bastan para soñar toda una vida, así de relativo es el tiempo”
-Mario Benedetti
Me costó sentarme a escribir sobre esta película. En primera instancia, porque al principio no sabía desde qué perspectiva encararla, y en segunda, pero no menos importante, porque ésta es una película que se quedó conmigo, tanto que todavía me acuerdo de lo que sentí llegando al final de su proyección.
Podría decir que verla fue un regalo por partida doble: en un sentido literal porque me regalaron las entradas para la avant premiere, y en otro más metafórico porque fue la primera vez que fui sola al cine (algo que todos deberíamos probar al menos una vez), dándome la oportunidad de disfrutar de mi propia compañía (y desmenuzar un poco más mis pensamientos).
“Cuestión de tiempo” tiene todos los condimentos de las comedias inglesas y, por sobre todo, de las comedias inglesas de Richard Curtis (Cuatro bodas y un Funeral, Bridget Jones, Realmente Amor): un protagonista incómodamente cómico y carismáticamente torpe, un sentido del humor inquieto que no puede con su genio y se asoma entre línea y línea… y, finalmente, una historia de amor. Sin embargo, a pesar de su gráfica y lo que anuncia el 90% de su trailer, este film no tiene como epicentro una historia de amor entre un hombre y una mujer, sino una historia de amor entre toda una familia.
“Familia“. Qué palabra tan amplia. Qué palabra tan significativa. Es difícil encontrar la punta del ovillo de este concepto. En mi caso, y siendo honesta y absolutamente subjetiva, ésta fue una película bastante oportuna, porque habla del tiempo, o aún más, el tiempo como interrogante maratonista: ¿nosotros corremos al tiempo o el tiempo nos corre a nosotros?. Habla del tiempo en el que vivimos, de cómo (a veces) le damos la espalda a la belleza de lo cotidiano. Habla del tiempo cómo parámetro de medida para la felicidad.
Esta entrega de Curtis trata de decirnos que es hora de amigarnos con el tiempo. Que no podemos volver el tiempo atrás, que es mejor vivir en el momento. Nos enseña que estamos hechos de moléculas pero también de fragmentos de tiempo (propio y ajeno). Cada persona que nos rodea (o alguna vez nos rodeó) nos regala un átomo de su tiempo: nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros amigos, inclusive nosotros mismos cuando hacemos introspección.
Esta pequeña gema de 123 minutos nos explica que, si bien no podemos viajar en el tiempo como su protagonista, podemos aprender a viajar por el tiempo, podemos aprender a admirar (más que mirar). Nos muestra lo bien que se siente sonreir, y lo bien que se siente poder percibir la sonrisa del otro. Nos enseña a ser cómplices del tiempo, abrazarlo, vestir cada segundo como si fuera nuestra remera preferida, convivir con (y no vivir en) el pasado, porque es la única forma de poder seguir dibujando el presente.
“Cuestión de tiempo” es inteligente y deja lo mejor para lo último. Va cocinando las emociones a fuego lento hasta alcanzar la temperatura exacta y que podamos percatarnos (justo a tiempo) de que cualquier momento del día, mañana puede ser muy importante.
Como diría Jack Kerouac: “Enamórate de tu existencia”.
Imágenes: tumblr.com