20 de febrero de 2018. Martes por la tarde.
Estoy eróticamente viva y no tengo miedo de ser vulnerable.
—Mía Pineda
Mujer, aquí nos encontramos. Nuestro viaje de autoexploración encuentra aquí su punto medio. Hay un deseo levísimo y transparente de permitir que la mirada del otro repose sobre mí, como si mi cuerpo tomara forma sólo a través del recorrido perceptual de quien se atreve a esculpirme viva.
Pienso en Anaïs. Recuerdo una frase de su diario III: “qué gran misterio es el deseo“. Nos separa el espacio temporal y geográfico. Nos une la exploración de la palabra y el placer intrínseco.
Para aceptarme no sólo ha sido necesario desestimar el juicio externo sino además (y sobre todo) silenciar la sentencia. La que argumentaba que revelarme eróticamente viva va en contra de las normas. La que sostenía que ser imperturbable garantizaba mi supervivencia.
Fue necesario viajar para llegar a mi niña, viajar para llegar a la joven que descubría la sexualidad, para tomarlas de la mano y hacerles saber que estoy aquí, que no están solas. Fue necesario aprender a ser mi propia madre.
Ahora, y a pesar de que ha sido un largo viaje de regreso, la voz y yo cantamos cada mañana: je suis vivante.
El día se abre. También nosotras.