“Escribir es descender, excavar, ir bajo la tierra.”
Anaïs Nin
[Extractos de cuaderno. Sábado 5 de abril – 10hs.]
AM 201.4
Día de lluvia en Buenos Aires.
La ciudad parece la letra de un tango percudido, con cara de pocos amigos.
El Barrio de San Nicolás se arremanga los cordones para mostrarse prolijo a mi llegada.
Al bajar del autobús, empieza a hablarme de sus ganas de encontrarnos. Me cuenta (con gestos vehiculados) que las esquinas de la calle Libertad me habían estado esperando; que los semáforos en rojo habían coordinado sus agendas para darme tiempo de admirar mi entorno.
Comienzo a caminar, dando pasos a conciencia. Asomo la mirada por sobre el filo de mi techo móvil: Amor fugaz. La combinación del agua miniatura con el gris del cemento me extasía. Los firuletes de hierro del perfil del Colón parecen recién levantados de la siesta. Estiran los brazos, con letargo, y vuelven a apoyarse en su forma anterior. ¿Sigo en Buenos Aires? Creo no importarme, avanzo.
Al parecer, las paredes se han peinado los detalles para fundirse con la angustia parisina. Mi mirada está sedienta. Quiere cal, quiere Sena. Para compensar, le invento historias al asfalto. Musicalizo el momento con una sintonía radiofónica que solo existe en mi cabeza. Vierto una mezcla de tango y drama por sobre todas las cosas, la desparramo con intensidad diluvio.
En ese momento, veo que yo también soy mezcla; mezcla de tangos triunfales a las 6 de la mañana, mezcla de una devoción absoluta por la dama de hierro que alumbra mi nostalgia, una nostalgia que me gusta llevar en las espaldas; una nostalgia de faroles y acordeones, de violines incisivos y aroma a café empapado.
Soy mezcla dentro de mi taza, y fuera de ella… Y me vuelco, y me vierto, con la intensidad de un huracán.
Imagen: Sol Iametti