Son las 00.30 del martes 13 de mayo. 
Le temería al martes 13 si fuera supersticiosa del calendario. Pero no. Soy supersticiosa de las palabras.
Empecé mi día con al menos 5 responsabilidades aterrizando en mi rutina: supermercado, lavarropa, cena, limpieza e impuestos.
Mi día siguió con los números pisándome los talones, atosigando mis pisadas, las mismas que ayer marcaban mis latidos. 
Ayer (hace sólo media hora) fue lunes 12 de mayo y llovía, y sigue lloviendo. Ayer garuaba en mi mirada, y me acordaba de París. Un poco de su fragancia debe de haberse rociado en mi almohada, porque al abrir el espejo circular que convive con mis labiales trillizos, sentí una sonrisa instantánea dibujarse en mi rostro, consagrándose como la primera sonrisa cómplice del día (afortunadamente, la primera de varias).
Y es que mi reflejo tenía ganas de sentirse mujer, y por eso decidió malcriarse con un poco de rojo vibrante. El mismo tono de rojo que alguna vez dejé olvidado en otros labios; la misma textura de rojo que deseo plasmar en las dudas de sismo: rojo carmesí, como la tez de mi corazón ayer, sosteniendo el aire en los pulmones para soplar con la fuerza de un lobo feroz.
Me siento mujer cuando percibo mis atisbes de sensibilidad incorruptible. Mi feminidad se adhiere a mi piel como un tatuaje, y cala, y penetra mis cartografía humana con cauces de ríos intensos, que fluyen, que arrastran todo a su paso vertiendo dulzura, esparciendo el almizcle de santa locura. La percibo orgullosa de ser como es, con los labios pintados de tonos tajantes, con el alma en concierto de mil violinistas; con el alto voltaje de una ansiedad espina; con su cursilería a flor de piel, aspirando adicción de sus ganas de amor en las letras Sabina.
Mi feminidad construye una cúpula cuando el día acontece y me siento a mimarme. El aroma canela desciende y trasciende por los reversos de mi cuello hasta llegar a mi centro, y se cambia de muda a infusión coronaria; y yo creo absorbida una taza galaxia de noche embebida, con azúcar de estrellas que hoy perezosas.
Y es que mi consciencia tenía ganas de sentirse mujer, y por eso decidió malcriarse con Orgullo y Prejuicio. Y los pianos, los bailes, los ojos estaca; los miedos reproche y el tacto medido. El amor vergonzoso de escotes princesa y siluetas de atleta. Los silencios postigo.
Mi feminidad construye una historia cuando el día acontece y me siento a afinarme; y las palabras despuntan los dedos y juegan a pisar los talones, como los números, sólo que esta vez me dejo alcanzar. Y las rimas me arrullan el sueño; y con versos arrollo el cansancio; y MUJER me despinto los labios… 
Le temería al martes 13 si fuera supersticiosa del calendario. Pero no. Soy supersticiosa de las palabras.
“Mi única ambición es llegar a escribir un día más o menos bien, más o menos mal, pero como una mujer.”
Victoria Ocampo
sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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