Hoy la noche me encuentra dulce; cursiva. Hoy, envuelta en palabras de terceros que son seda para mi círculos cafeína. Mi percepción se desliza, se me escurre de los dedos, se va; se me va de las manos, o los ojos, o la piel.

Pienso en una noche de octubre en la costa francesa. Las luces de Mónaco; el mutismo. Pienso en la belleza; en los besos con sabor a metáfora. Pienso en las no-palabras ( y hablar de no-palabras para alguien que escribe, creéme que es mucho decir… o no decir…).

Hoy la noche me encuentra anochecida. La luz de hoy nace por dentro, y la guardo para mí; carente de diseños para la conquista. Guardo esta luz para mí; la abrazo. Tiene un halo de Mónaco, un tinte París y un destello de Danubio. La luz de hoy, o ayer, o este mes, o el siguiente, nace por dentro y acuna una nueva potencia. 

Desconozco. No puedo definirla ( y hablar de no-definiciones para alguien que escribe, creéme que es mucho decir… o no decir…). 

Y si tiene procedencia, no me acuerdo. Sólo sé que no sé nada de esta luz, pero brilla, y crece, y brilla… y todo eso desde adentro.


La simpleza de lo etéreo.
La nostalgia de lo oculto.
El viento, la marea, la corriente.
Contagiarse el sentimiento.
Dejarse llevar.

Los molinos de miradas que ignicionan.
Los aún-no vértices de la unión de las falanges.
Los abrazos en futuro perfecto.
Dejarse arrastrar.

La noche luna nueva…
El aún-por-comenzar.
Para los condenados a muerte
y para los condenados a vida
no hay mejor estimulante que la luna
en dosis precisas y controladas.
Jaime Sabines
sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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