¿En qué momento el fuego se convirtió en una palabra que se adhiere a la piel? No una palabra que incinera, sino que se adhiere a la piel y la usa como base de encendido. ¿En qué momento yo, fuego; yo, caminando y dejando rastros de ceniza entre las líneas del camino y las líneas del cuaderno?
Entonces, apilo las cartas de amor con destino norte-sur; los compromisos nunca más; el “necesitaba decirte que te quiero para sentirme más liviana“, los besos franceses en el medio del pasillo; las salas de hospital, las terapias intensivas… Atrás y adiós, pero antes un abrazo, así, como el que soñé de madrugada; un abrazo sentido, un abrazo de invierno en un casi verano que se anima a ser otoño; un abrazo de “gracias por ser parte de mis sub-incendios.”