6 de julio de 2016, 7.15 pm.
Café Bonafide, Villa Sta. Rita
Ha salido el sol después de una semana de lluvia constante. El agua no me ha dado respiro, ni fuera ni dentro de la casa. ¿Qué es lo que separa una intención de la precipitación por encima de mi mundo cotidiano?
Abrir el cuaderno para escribir y encontrar la postal de una niña con una mariposa pintada en el pecho. El nombre de la ilustración: “Homenaje”.
Abandonar la casa con ansias de cielo.
Detenerme a contemplar el movimiento de las calles que me han visto nacer.
En esta esquina del mundo se levanta un altar al letargo. Santa Rita —pienso su nombre con suspenso entre las letras—. Santa Rita de los bares, los pasajes y los pájaros. Santa Rita de los árboles rosados y la siesta a media tarde.
Santa Rita, quise escribirte una carta, hoy, miércoles de julio e invierno, pero algo me ha frenado. Son estas feroces ganas de dejarte, como se deja una casa, como se deja una cama, como se deja un camino. Tu letargo dulce se ha impregnado en mi piel. Volver y cobijarme entre tus brazos es caer en el embrujo de ceder mis futuras intenciones.
Pero hoy, después de la intemperie y de la lluvia, después de las canciones y los duelos, París ha vuelto a aparecer. París ha regresado para decantar sobre mis manos, y mi rostro, y mi cuerpo; sembrando deseos de río, de viento y de azul.
En este lado del mundo, el cielo parece del mismo color, y sin embargo son mis ojos los que no lo ven así: las diferencias que tejen las ciudades hacen nido en los ojos del que mira.
“Cada vez más cerca”, dice una frase en el café desde el que escribo. Éste lugar no existía cuando mis padres estaban con vida.
La configuración de la ciudad no se detuvo con el cesar de sus días, ni tampoco lo hará cuando yo desaparezca. Santa Rita está distinta, como yo.
¿Cuál es el pacto tácito que he labrado contigo? ¿Pertenecer para pertenecerte? ¿Pertenecerte para pertenecerme?
¿Qué hay de la adolescente que quería irse a estudiar a Nueva York? ¿Y del intento de amor y de mujer que quería ir a vivir a California? ¿Qué hay de ellas? ¿Te pertenecen habiendo querido abandonarte?
Cualquier desvío, y quizás no estaría aquí escribiéndote, en uno de los rincones de tus calles, en una de las esquinas de mi infancia; de este lado del mundo.
*
Escribo para revelar una emoción que me atraviesa, pero que no me define. En este momento vengo siendo un mar de azules turquesas; un atisbo de mujer que crece con la fase de la luna; un instante que contempla el anochecer de una ciudad, la caída de la noche sobre mí, sobre to-do mi entorno.
Sí, la noche cae sobre todas las ciudades, pero la diferencia aparece en las manos del que escribe, el que contempla, el que escucha los secretos que las ciudades deciden develar.
“Porque todo esto puede brotar del propio yo. Tendré que crearlo desde dentro”, escribía Anaïs en julio de 1943, desde este mismo continente, lejos de París. Quizás ella y yo somos ciudades, quiero decir, quizás nos crecieron ciudades hacia dentro.
En realidad, hoy escribo desde un rincón que no figura en los mapas; un refugio de campanario y benteveos; una ciudad de café, de bocinas y lunfardo.
Hoy escribe el recuerdo de París; el eco de Europa del Este y el eco de la hija; un murmullo de mar y de puentes; una ciudad hecha de música. No escribe mi cuerpo, no.
Hoy escribe una amalgama de ciudades; un mundo sutil que está siempre en construcción.
S.