20 de abril de 2017.
Rastro de existencia.
“Toda escritura es un intento de lectura, un buscar el tono y la respiración adecuados para narrar cada acontecer, imaginario o no. Es una invitación para el encuentro. Para el encuentro fortuito con el deseo.”
—Luisa Valenzuela, Entrecruzamientos.
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La palabra es el cuerpo de aquello que habita el aire vital, un intento de asir el color de las cosas; el silbido de lo que está a punto de dejar de suceder. La palabra es, también, la canción de lo que ha desaparecido.
En ocasiones, la escritura ha sido mi forma de mantener tibios los cuerpos de los que ya no están. Ha sido un intento de documentar aquello que, en primera instancia, pareciera inefable.
Cuando la palabra aparece se hace evidente mi tendencia de asignarle un nombre a lo que me rodea, a lo que me atraviesa, aún sabiendo que su capacidad de ser excederá ese nombre.
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Escribir recorriendo el silencio, aún si escribiendo decido romperlo.
Escribir: una forma de asomarse sobre el margen; acantilado hacia lo que pudo haber sido.
Escribir para descifrar el lenguaje subterráneo y existencial, el alma de todo lo que ha sido creado, la profecía de lo que será.
Escribir desde la memoria líquida, desde la más honda nostalgia; desde el vértigo, la caída libre y el vacío espacial; desde el romper de las olas del recuerdo.
Escribir para desnudar, para trazar un puente hacia uno mismo, es decir, para llegar a destino.
Escribir para alquimizar, para interpretar la belleza colateral de la noche más oscura.
Escribir para describir lo excelso, aquello que excede las fronteras del cuerpo.
Escribir para construir la casa de los días.
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Por momentos la escritura repta como el calor del otoño o las hojas que se niegan al desgarro, como aquello que no quiere abandonarme pero sé que es necesario que libere.
Palabra: pájaro encendido, alba, faro, temblor; exhalación de los huesos derramada sobre el mundo.
Escribía Luisa Valenzuela en su texto “Peligrosas palabras”:
“Dicen que la literatura femenina está hecha de preguntas.
Digo que la literatura femenina, por ende, es mucho más realista que la otra.
Preguntas, incertidumbres, búsquedas, contradicciones.
Dicen que la literatura femenina está hecha de fragmentos.
Repito que es cuestión de realismo.
Está hecha de desgarramientos; jirones de la propia piel que quedan adheridos a alguna hoja no siempre leída o legible.”
Y al leerla con la escritura pasando por su cuerpo, atraviesa el mío.
Cuando empato con el universo íntimo de otras, deviene la escritura invisible. Así, Anaïs Nin, Clarice Lispector, Alejandra Pizarnik, Luisa Valenzuela y Leila Guerriero. Así, su lenguaje, el desdoblamiento de la voz, el espejo, la latencia de lo que pude/podría haber escrito. Encontrarse en la otra para revelar la transparencia, quiero decir, un pájaro azul que se abre espacio como criatura del viento.
La escritura se convierte, entonces, en la búsqueda de llenar el espacio que va de mí-misma hacia el resto del mundo. La escritura como búsqueda del calor. Coraje, diría Anaïs; despertar, escribiría Alejandra.
La escritura como boca viva, respiración profunda; lava que asciende desde la entraña y se libera furiosa contra la máscara.
La escritura como incineración propia, cuando ya no queda nada por quemar. La escritura como transmutación, fuego sagrado que trasciende:
“Abandonaré el mundo con una sonrisa, como mi madre. “My words will outlive me.” Seré cenizas, pero mis palabras seguirán vagando por el mundo.” —escribía en el otoño de 2015.
La escritura como bocanada de oxígeno:
Aún si cayéramos estrepitosamente en las profundidades del mar, volveríamos con corales en los labios.
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Hace unos días escribía en mi diario desde el corazón de mi país: “Las cosas que cautivan sólo puedo asirlas a través de los poros, como si necesitara pasarlas por el cuerpo.”
En el momento exacto en el que la vida sucede, mi cuerpo entra en un estado de devoción que obnubila mis capacidades motrices. Sólo después de la experiencia física soy capaz traducir —o intentar traducir— la sensación a través de la escritura.
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Algo ha cambiado en los últimos meses: habito la reverberación del instante. Sólo después de acariciar lo innominado aparece la escritura como registro de que yo también estuve aquí, VIVA.
Entonces, vuelve el intento:
Escribir como poesía de los sentidos.
Escribir como niebla que se despega de los labios y estalla sobre los cristales de invierno.
Escribir como rastro de existencia.
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