“El final es una caída libre”, dijo Peter Orner en una conversación con Cecilia Fanti en el marco de la Feria de Editores 2022.

Una frase que quedó resonando en mí durante la noche y me guío al recuerdo de una de mis canciones preferidas de hace unos años, “El día del huracán” de Él mató a un policía motorizado (una banda que sonó en loop durante gran parte de mi 20’s, a la cual llegué a través de un amigo).

La canción, por su parte, hace referencia al fin del mundo:

Viajando por el cielo azul, cielo azul
esperando el armagedón, vos y yo
contando los que morirán, que conocemos
tu pelo rubio flota en el viento del huracán
que todo lo destruirá esta noche
el huracán
todo lo destruirá esta noche.

Cada vez que escuchaba esta canción no podía evitar imaginar a dos personas sentadas sobre el filo de una azotea, esperando el huracán, viéndolo venir, llegar, respirar cerca, entregándose al gran acontecimiento del final (del mundo).

De la letra de esta canción emerge una idea: vivir un final acompañados (igual que en esa escena ficticia que transcurría en mi cabeza cada vez que la escuchaba; casi como si estuviera dirigiendo el video clip de “El día del huracán”). Hablo de no estar sola, de aceptar esa caída libre acompañada, de no esquivar el miedo sino de atravesarlo juntos.

Si el final es una caída libre y supone un dejarse llevar, un dejarse caer para que el inmenso cuerpo de la nada nos reciba, ¿será que el amor es también una caída libre?

Es justamente en este punto en el cual finales y principios se espejan de manera inevitable, en tanto que se pierde todo tipo de control sobre lo que está sucediendo y sucederá. Una no puede prever la próxima palabra, el próximo movimiento. Puede intentarlo, pero el resultado último es realmente impredecible.

El final y el amor frecuentan las mismas calles que la escritura intuitiva, la escritura automática. Algo se asoma a nuestra existencia y solo queda seguir el ritmo de lo que vendrá.

Enamorarse es una caída libre.

Estar en el amor es una caída libre.

El final del amor es una caída libre.

 

Hay un efecto dominó, situaciones que van superponiéndose y van marcando el camino, creando realidad antes y después de nuestro paso por la experiencia. Hay, en el mismísimo final, un comienzo que se enciende y sostiene la lumbre en el cuarto oscuro. ¿Esperanza, quizás? ¿La fe de que existirá una próxima palabra, una próxima vida, un próximo amor?

En un tono similar a “El día del huracán”, “El fin del mundo” de Alan Sutton y las criaturitas de la ansiedad, también hace referencia (como lo indica su nombre) a un final. En su caso, evocando la frase de Peter Orner de manera mucho más explícita:

Saltá que acá abajo estoy yo,
olvidá toda preocupación
Y cambiá tu lugar por el mío,
como si pudieras

La imagen de un final en compañía vuelve a aparecer, esta vez de forma más clara, con palabras que parecieran señalar la misma escena que imaginaba para la canción de Él mato (…):

Si tenés un ratito
y me hacés un huequito,
no estaría mal
Busco con quien pasar
el fin del mundo

Es que los finales también son una muerte: lo que estaba sucediendo llega a su culminación. ¿Qué pasaría si en el amor la muerte tuviera una lectura alternativa? ¿Si el idioma y el mundo inventado para dos abandona el cuerpo, la forma que era, para quedar reverberando?

El alma del amor nunca se pierde.

La muerte del amor es una caída libre, sí, pero la inmensidad que nos recibe después del salto es, también, un cuerpo hecho de amor.

 

sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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