Sueño con mi primera casa. Cuando camino voy buscándola, llenándola de flores y amor con cada paso.
Es un hogar vivo, colmado de luz y de plantas, con una ventana al cielo a través de la cual accedo a la apertura. Un espacio de paz y de encuentro en el que el fuego imaginario del café es lo que perdura.
Siempre hay un cuaderno a mi alcance. Es un lugar en donde mi estado de ser es un libro que se abre. No existen muchos muebles, para que la energía circule libremente, y tiene pisos de madera para que el calor quede dentro y me sienta sostenida.
En las paredes hay recordatorios vitales y poemas, rostros de un solo trazo, fotografías de viajes y boletos de embarque. Un altar con mis mazos de tarot, mi vasija de corales y ostras, un espacio para los sahumos y sahumerios.
La habitación es blanca, con ropa de cama clara y suave, para darle al cuerpo la docilidad que necesita. Por la ventana entran la luna y el sol a hacerse lugar entre las cosas, entre mis párpados. Las pinceladas encendidas de los autos llenan la noche de imágenes hasta entregarme al descanso.
Cada tanto dejo entrar el aire, inclusive a pesar del frío, y el alma de pájaro se siente a gusto. También dejo entrar el paisaje urbano que trae otras vidas, historias que no me pertenecen pero que suceden cerca mío: lámparas cálidas que se encienden, siluetas difusas en la distancia, hiedras que atraviesan marcos y limitaciones para brotar y extenderse más allá de lo esperado.
Mi casa es como un diario, un espacio seguro en el que tengo la certeza de que siempre podré ser la versión más genuina de mí misma.
Yo la soñé, la sueño, la voy soñando.
Imagen: https://www.flickr.com/photos/cozinhadalbo/
