“Pero me he fundido con el mundo: soy una de sus olas, que se desbordan y saltan (…) Me puedo metamorfosear a voluntad.”
Elizabeth Smart
21 de julio.
Ríos de luz recorren mi cuerpo, solo sintiendo. Es el mundo lo que se eleva cuando amanecen los pájaros.
Aún cuando la grisura arrulla las costas, la mirada profunda del cielo es capaz de partirme al medio, dejarme abierta a orillas de lo que fui, preparada para el advenimiento: reconocerme en la humedad de las cosas, en el agua penetrando la arena.
Insinuaciones humildes atraviesan el límite y expresan el secreto del paisaje, que también es mi secreto. Todo lo que es tocado por el agua vuelve a nacer, incluyendo mi mirada.
El deseo, de pronto, es panorámico. Una isla de revelaciones.
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Asisto al avistamiento suave de lo que no se dice y luego beso el día para seguir durmiendo.
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Llorar me parece el gesto de mayor intimidad conmigo misma.
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Ojalá supiera amar como las gaviotas que se arrojan en picado, partiendo el aire, y después alzan vuelo con mayor impulso que antes.