19 de abril de 2019.

Deambulo por la hoja y el aire, observándolo todo. No he podido sacudir al animal óptico que me habita. Tampoco creo que suceda.
¿En dónde el silencio que da lugar a la búsqueda? Me deslizo adentro del secreto, de rincón a rincón, nómade de mí misma: hueso, misterio, tejido. Hoy soy una extensión incierta, un cuerpo de agua. ¿En dónde el vacío que da lugar a lo nuevo?
La existencia impregna el territorio elemental de lo cotidiano, este presente vivo. Me muevo en el inabarcable mundo de nuestra intimidad y escribo un testimonio de mí para mí misma. Ya no importa repetir palabras o ser cuidadosa en lo que digo. Hay algo de esperanza tácita en el diario, algo de emigrar de la ciudad del abandono y encontrarme en el viaje, atravesando la libertad de los mares que me conectan con esa otra que soy.
En ese principio y precipicio que me rodea está la respuesta. La intención de narrar el universo de lo propio y transitar lo inefable para llegar al otro lado. Situarme ahí: en el paso audaz de lo real, en la fatiga de mi cuerpo por el contacto, en la ansiedad del no saber, y extender el hilo. Ahí: entre lo imprescindible de nombrar y lo imprevisible de la palabra.
Quiero desenvolver la tibieza entre las manos y escribir cada vez que se renovó la fisonomía del amor. Cuando fui de lo pacífico a los valles de lo efímero y volví a nacer, cuando llegué a la negrura de la noche y decidí quedarme. Quiero escribir sin hostilidad, sin culpas, sin miedo; alcanzar el comienzo, esa ínsula de la que todo nace, y a la luz del momento, a la luz de la realidad: coincidir en el anhelo inicial de la integración profunda. Hilvanar mis islas con el lazo de la escritura.

20 de abril de 2019.

I.
¿Qué será lo que pretendo capturar? La escritura está separada del objeto, del cuaderno, del papel. Es inviable oponer posesión sobre lo que mana. Sería como intentar asir el agua.
Todo lo que tenemos es: apoyar la palma, acariciar esa superficie, la rareza movediza de lo que sucede, contar algo o a alguien. Narrar lo que se vive. Entrar en ese territorio elemental de lo cotidiano sabiendo que lo imprevisible va dejando la marca de lo invisible sobre los muebles y las horas, que va subtitulándolo todo.

 

II.
Siempre habrá algo que separe lo que pasó de lo que recuerdo. El filtro de lo propio no se apodera del momento, pero sí lo atraviesa.

 

III.
Extrañaba volver a escribir a mano. El movimiento es erótico, dos lenguas que se rozan: la mano contraída sobre el desierto blanco, la destilación de la tinta sobre la piel. Voy poblando con cada palabra los asilos de esta hoja arrancada, que son kilómetros. Voy deteniéndome en la belleza del error, en la imperfección de la letra; en la cicatriz de lo que no es, dando lugar a otra cosa.

 

IV.
No quiero forzar nada. Quiero dejar que la escritura sea. Que traiga alivio para la densidad en mi columna, para la reticencia de mis músculos. Que aparezca cuando sea necesario y construya ese resquicio, el breve espacio en el que soy toda, ese lapso en el que me dejo suelta y corro animalada hacia el desconocimiento de mí: mi paisaje del desconcierto.
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Imagen: “The end of gravity”, 2013 – Rebecca Cygnus
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sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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