10 de julio de 2018.
Todo es una ventana.
Necesitar hoy, sobre todo, el silencio.
Oración: Que la mirada de pájaro nunca me abandone. Aprender a ser artífice de mi propia paz.
11 de julio de 2018.
Antes del silencio necesité la música. El viento de lleno en la cara. La grisura del cielo. Caminar por Retiro y entrar a la estación solo para la fotografía.
Elegir Avenida Libertador para hacerme camino –¿no es hermosa esa amplitud devoradora, esa magnitud inquietante?–. Caminar por calle Reconquista y sentir los recuerdos soplándome la nuca. A veces son más sagaces que el frío, te lo juro. Me pasó. Te sorprenden por la espalda y ¡zasca! Ahí estás, sonriéndole a un lugar equis que te lleva a un momento que te lleva a una persona. ¿Qué se esconde detrás de lo que persiste? ¿Qué intentamos decirnos a través de la memoria? ¿Qué criterio seguimos para seleccionar los momentos que quedan, para dibujar la fisonomía de lo que fuimos?
13 de julio de 2018.
No puede verse el oleaje de intensidad, pero ha arrasado con todo a su paso, incluyendo mi cuerpo.
Volví a pararme. Fueron mis brazos los que ayudaron a reincorporarme.
Por un momento me olvidé de mí. Me dejé malabrigada, a la deriva. Extrañé a mi madre. Lloré su muerte. Tuve miedo.
Pero entonces leí un poema. Abracé a mis amigas. Escuché a Andrea enviándome cariño. Dejé a mi hermana cuidar de mí. Acaricié a mi pequeña perra con nombre de viento. Es la compañía lo que me hace más fuerte. Es el círculo de fuego lo que alimenta el núcleo azul.
Una vez más en los márgenes de lo vertiginoso. Miro hacia delante. El mar asusta pero serán mis brazos los que me saquen a flote. ¿Quién dijo que el fuego azul no sobrevive al oleaje?
Pido templanza. Pido compasión para conmigo misma. Canto: “Por donde vayan tus pies, ilumina tu camino, y déjale algo bueno a tus huesos“.
14 de julio de 2018.
Hablo con Maga y llega la calma. Me declaro inocente.
Escribo una pequeña esperanza: aceptar, aprehender, transformar el conflicto en algo luminoso.
Escribo en estado de libertad.