Merodeo sobre la palabra como una gata de seda. Soy mujer cuando cierro los ojos e imagino cómo tus manos me envuelven desde la espalda. Destinatario y remitente se superponen. Es ahí el dónde: mi vagina pulsa como si fueras a entrar con tu noche. Entiendo, entonces, que estoy hecha de la misma materia oscura que el ángel caído, a imagen y semejanza de lo innegable. Y soy mía.
*
Cuando llegó la noche. Cuando abrí mi boca. Cuando embestiste el lenguaje del deseo en mi monte de Venus. Cuando el invierno: la mano cayó como la lluvia en el instante exacto en el que separaste mis muslos. Entonces fui la espalda al cielo raso, la entrega, la figura mística.
Cuando el triángulo de luz rompió con el pasado y la resaca leve, despertaron los ojos. Ahí el pudor y la vergüenza, heridos de muerte. Dijimos los mares. Nombramos el placer con la ansiedad de un animal salvaje. El deseo penduló y penduló y penduló hasta dar con tu humedad. Mi lengua supo pronunciar la mirada de gacela sobre tu tensión, mientras mi columna se arqueaba sobre el desierto blanco. Boca y círculo fui, el antílope que irrumpió contra el miedo.
Cuando el pequeño gato negro serpenteó entre nosotros era mayo todavía. No sentí, entonces, la intromisión pero pude reconocer el espejo. Como alimaña me moví hasta dar con lo que respiraba desde el hueso; entre y desde mis espacios huecos, mis cavidades, mi rumor genuino.
Cuando intercalamos los dedos y las palmas salieron al encuentro. Cuando el otoño. Cuando embestiste el deseo del lenguaje contra mi océano de Venus. Cuando abrí mi boca. Cuando llegó la noche… era yo la que nacía.
Cuando vuelvas a la ciudad voy a robarle su furia. No voy a tenerme piedad. A desbordarme voy. Voy a volcarme entera y azul sobre mi propia sombra.
*

Estar así: suspendida en este limbo. Con la gravedad haciendo estragos sobre el cuerpo.

Estar así: volátil. Crecida y abierta. Madura. Lista para la faena de lo que me ha sido negado (por mí-misma).

Estar así, amor: consumidos para volvernos a encender y apagar y prender en este limbo. Consumados, suspendidos, tácitos, volátiles.

Agua y arena se tocan. ¿Anulando lo que no existe? No, abarcando lo que no ha sido. Hacernos el cuerpo, amor. Mirame entera: te estoy amando, me estoy sintiendo.

Estar así, nacida.

*

Abrazame en esta balada última, que hace frío e invierno. No me dejes ir. Sólo estiremos los brazos para volver a unirnos cerca, cerquísima de la vida misma; en la frontera de esta negrura tan mía, tan tuya.


Imagen: Martina Matencio
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sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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